ponerse la nariz,
los zapatones y la chaqueta enorme.
Pintarse una sonrisa roja,
los pómulos blancos
y los ojos bien negros,
que tapen las ojeras de la angustia.
Hacer reír a niños e inocentes
y a gente que no ve más allá
de la flor que salpica, la bocina a destiempo,
el tropezón, la sonora bofetada incruenta.
¿Es esa la inocencia que queremos?
Preferible saber, por más que duela,
si el payaso lloró
mientras se maquillaba en su camerino.
©Santiago Pérez Merlo
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