Corrección

¿Cómo pedirle al ave que no vuele?
¿Cómo pedirle al mono 
que no se suba al árbol?
¿Cómo pedirle al mundo que no gire
y al sol que no ilumine cada día?
Ni siquiera los dioses 
podrían aspirar a que cambie su obra.
¿Cómo pedir que veas por mis ojos
si tú tienes los tuyos
(tan abiertos, tan cerrados)?
¿Cómo voy a decir yo
lo que es correcto?

Abismo

Iba a decir a veces, 
pero es a menudo,
demasiado a menudo que la vida
te sitúa al borde del abismo. 
Y no hay muchas opciones:
saltar, darse la vuelta,
quedarse simplemente 
contemplando el vacío
o agarrar esa mano 
que a veces (sólo a veces)
te tienden 
y seguir paseando
sin alejarse mucho 
del borde del abismo. 

Adentro

Es un dolor extraño. 
Como una punzada en el pecho,
pero hacia la derecha: 
no es el corazón.
O eso dicen. 
No parece  un infarto
ni una angina, es más 
como una contractura,
haber cogido frío...
Sí, seguramente es eso: 
únicamente el frío 
que se clava en los huesos.
O más adentro. 

A toda vela

Fui a coger un tren 
y no había raíles.
Fui a coger un avión 
y no volaba.
Un barco, sólo un barco
puede hacerme navegar 
entre el cielo y las nubes.
Y amerizar 
junto a la isla de Nunca Jamás 
o a un acantilado de sirenas.
Que nadie ose 
invitarme a crecer.
Que nadie ose
taparme con cera los oídos. 

El rebaño

Ya no quedan pastores.
Los corderos, inocentes,
corretean entre las patas 
de estúpidas ovejas
que miran las pantallas 
como antes veían pasar los trenes.
Ni siquiera a la hierba 
le prestan atención.
El lobo las pastorea.
Y van muriendo de hambre,
a sus pies. 
Procuremos salvar a los corderos.

“Ad infinitum”

Cuando todo ya se ha dicho:
han hablado las palabras,
han gritado los silencios,
han susurrado los cuerpos.
Cuando ya se han agotado las miradas
porque han visto
y se han reflejado en la otra pupila
y han mirado por dentro y desde dentro,
y fuera y con los ojos
                                           cerrados.
Cuando todo el amor es demasiado amor
y aún no es suficiente.

Es el momento de seguir diciendo,
de seguir mirando: 
de seguir amando... ad infinitum.

La casa

He soñado una casa 
llena de habitaciones.
Y en cada habitación 
se oye una música distinta,
se escuchan risas diferentes
y voces infantiles
y poemas.

He despertado y me he puesto a construirla.
Y he instalado alarmas y radares
para que no entre el ruido,
la tristeza.
He prohibido también 
el paso a los fantasmas. 
Ya no pueden entrar.
Pero los que vinieron con nosotros
ya no pueden salir. 
Hemos de firmar un pacto
para hacer que se sumen a las risas, 
a la música y, ¿por qué no?, 
también a los poemas.
Y hemos de convivir con ellos.