La casa de Valdepeñas

Me gustaba especialmente
“la habitación de la caldera”.
Olía a gasóleo y no tenía ventanas
-supongo que sería incluso ilegal-,
y estaba vacía por las combustiones.
De pequeño, en verano, era mi favorita
para la siesta casi obligatoria,
cuando poníamos sólo el “mueble cama”
(siempre lo llamamos así: al revés de la Academia)
para aprovechar la penumbra.
Recuerdo aquellos traslados
de las casas antiguas:
de arriba abajo en verano
y al contrario en el invierno.
Colchones, enseres de cocina, vajillas, medio armario…
en una mudanza como de hormiguero.
La otra habitación oscura, la de los juguetes
y los trastos viejos, siempre me dio miedo:
rezumaba humedad porque debajo
ocultaba la cueva que ya no conocí
y la única bombilla que colgaba del techo
se apagaba siempre sin aviso.
Recuerdo aún las largas tardes de verano,
las noches a la puerta de la casa
(lo se… soy ya muy viejo)
con las mecedoras y comiendo pipas
recién arrancadas de la “tortasol”
(otra palabra que no entienden
los académicos).
Y recuerdo, años después,
las primeras borracheras de vino peleón
y besos de estraperlo
detrás de las paredes de la iglesia
(un pueblo, seguía siendo un pueblo).
Mis últimos recuerdos
-iba a decir de adulto, pero estaba empezando-:
ya no estaba mi abuela
y el corredor de arriba, la puerta como del oeste
con la que tanto jugaba de niño,
el salón apagado, casi tenebroso
y las habitaciones cerradas
me provocaban vértigos.
Me estoy dejando cosas, imágenes
que vienen de repente
como aquellas madrugadas de frío intenso
para ver la procesión,
los oscuros nazarenos. Y los perros
y los primeros pasos con el coche
y los primeros “guiones” para televisión…

¿Dónde la infancia, dónde la juventud?
¿Dónde la primera madurez?
¿Dónde la casa?... ¿Dónde el pueblo?.


©Santiago Pérez Merlo

Ni miltar ni militante

Desdeño con igual convicción
la militancia y la milicia
De la película "La chaqueta metálica".
y prefiero apuntarme como mucho
a la guerrilla urbana de mi barrio.
La mili sólo me gustó
cuando fue diminutivo de Milagros
y Milagros, una chica con los ojos azules,
no un espectáculo de magia.
Puestos a militar,
si me viera obligado
a hacerlo en algún bando,
sólo me hinchan el pecho
las siglas de tu nombre
y, como movimiento,
la calma de tu abrazo.
Y me apunto, eso sí,
a hacer todas las guardias
en la garita secreta de tu cuerpo,
donde no se vean estrellas
ni luceros;
de bandera tu sábana y de himno
tú respirando dormida,
después de la batalla.

©Santiago Pérez Merlo

Vergüenzas y pudores

El montaje de la foto creo que es de un tal Martiux.
Sólo como plátanos
a solas y en mi casa
y no pruebo los higos
desde que me caí
a la última chumbera.
Atranco con siete llaves
la puerta cuando me ducho
y no pisé jamás
una playa nudista.
Si encuentro por accidente
a una diosa desnuda
en mi cuarto de baño
aparto la mirada
o me despierto.
Y me sonrojo hasta el fucsia
si alguien me dice un cumplido...

Y sin embargo me empeño
en desnudarme en cada poema

como si mi alma me diera
menos vergüenza que mi cuerpo.

©Santiago Pérez Merlo

Nadadá (Manifiesto Gañanista)

L.H.O.O.Q, de Marcel Duchamp
Despuésdesuprimir
lospuntosylascomas
quieroquelasiguiente
escueladepoetas
acabeconpalabrasquemolestan
nomásdisyuntivas
niestúpidascópulasconjuntivas
yacabemostambién
conlosmolestosespacios
queafeanlospoemas
ohagámoslosinmensos
yllenemosloslibros
d    e            v     a     c     i     o
ydeespacios
e    n           b    l    a    n     c    o
sobretodoquenosentiendanada
queesoeslointeresante
yloquevende
ymuchopimpampum
ycrincrashlucesyfanfarrias
habemusreinventadoeldadaísmo
omasbiennohemos
inventado


N         A          D         A

©Santiago Pérez Merlo

Declaración

Collage de Alfonso Brezmes
Me declaro insumiso de tu ser
e insensible al deseo de tu aliento.
Me declaro indefenso de tu honra
e independiente de tus desvaríos.
Me declaro imperfecto e incapaz
de ganarte ninguna partida.
Me declaro incompetente de entenderte
e intolerante a cuanto no tolero
(incluida la lactosa. Y a tu madre).
Me declaro inhóspito e inhabitable.
Inabarcable, inasumible, inútil.
Imprudente e imposible.
Me declaro incoloro e inodoro
intocable, insonoro e insípido.
Insensato e inmarcesible.
Me declaro indolente por principio
e inmerecido como tus finales.
Y me declaro, sobre todo,
imbécil...
Que iba a escribir
una declaración de amor

y mira cómo me declaro...


©Santiago Pérez Merlo

Tráfico

Foto de akerialeon. Instagram
Aprovechaba el atasco
y la suave luz
del amanecer
para retocarse el maquillaje.
Desde mi ventanilla,
la veía afanarse 
con precisión de cirujano
como si quisiera pintarse 
las pestañas una a una.
No pude evitar pensar, 
siendo tan guapa,
para qué o para quién 
se esmeraría tanto...
O si sólo sería
otra maniática perfeccionista.
En un momento me miró
y yo,
aficionado a los gestos estúpidos,
levanté mi pulgar para indicarle
que ya estaba preciosa y perfecta.
Soltó una carcajada 
que casi pude oír 
y bajó su ventanilla.
De un coche a otro
me dictó 
un número de teléfono.
Nunca la llamé.
Tuve miedo de que fuera auténtico.


©Santiago Pérez Merlo

La cita

Las manos. Auguste Rodin
Espérame despierta,
pero no tanto
como para que pierdas
el contacto con los sueños…
Mejor aún: yo te esperaré.

Preséntate vestida de domingo,
pero no tanto
como para que yo no pueda
ver lo que guardas...
Mejor aún: yo te desvestiré.

Háblame risueña,
pero no tanto
como para que no adivine yo
los rincones oscuros de tu alma…
Mejor aún: yo te contentaré.

Despídete sin pena,
pero no tanto
como para que piense yo
que no te importa…
Mejor aún: me quedaré contigo
para siempre.

©Santiago Pérez Merlo