Duele

Aunque ya lo sabes, duele. 
Aunque tengas -ya lo dijiste, pesado-
un “digno tono de racionalista”, 
duele. 
Aunque sepas que los sueños 
no se cumplen y por eso
los llamamos sueños, duele. 
Aunque no eres adivino, 
pero tienes 
un pequeño puñado de intuiciones, 
anticiparse duele. 
Aunque creas que la vida 
no se va a acabar mañana
-y das gracias-, duele 
saber que cada día es 
un tiempo que no vuelve. 
Aunque oyes las palabras 
que quieres oír 
(y las que no) y ves 
lo que quieres ponerte ante los ojos;
la realidad duele.
Aunque, a pesar de todo,
disfrutas del dolor, 
el dolor, lógicamente, duele.

No sentir el dolor
dolería infinitamente más.

El nido

Tus párpados dormidos vuelan 
como palomas, como 
golondrinas que juegan a perseguir 
cada una el sueño de la otra. 
Tus manos aletean buscando las mías 
para saber volver. 
Al fondo, en el espejo a oscuras,
un pájaro se pierde 
en el plumaje de la medianoche:
mi soñar despierto. 

Tu pecho, tu vientre
ralentizan el vuelo de las aves 
y las hacen bajar,
posarse en el colchón; emiten 
un canto que parece un suspiro. 
Y duermes, descansas. 
El nido estará allí cuando despiertes. 


Errando

Me equivoqué 
pegando carteles y panfletos,
pronunciando discursos,
escribiendo en papeles
que nadie leía,
haciendo preguntas.
Me equivoqué 
recitando lecciones,
inventando universos,
alimentando abejas con flores de arena. 
Me equivoqué 
tratando de hacer ver a los demás
lo que tan sólo yo 
-tal vez ciego, tal vez iluminado- 
veía.
Me equivoqué con palabras
de amor y de odio.
Me equivoqué con prosas y con versos.
Me equivoqué pensando
que de verdad tenía algo que decir,
que mi voz era mi amiga.

Y lo que únicamente 
tengo que ofrecer
es un silencio 
                            errante. 

Peces

Qué lástima del pez en la pecera,

qué pena del pez muerto 

en la orilla,

qué dolor de la red 

oprimiendo las branquias. 

Qué vacío mirar

con ojos de pez peces 

si no sabemos nadar.

Cuánto olvido 

de océano, 

de mar,

de río,

de riachuelo… 

de verdaderas aguas.