La vida

No os engañéis: la vida
no está en la calle,
ni en la barra de un bar;
ni en una oficina odiosa
que, ahora, echáis de menos.
La vida no es una escuela,
ni un parque o una playa.
Eso son -necesarios, tal vez-,
a lo sumo compañeros de viaje
que, además, muchas veces,
van y vienen
                      y se van. 
La vida es una casa,
un par de habitaciones,
a veces, una risa infantil,
un perfume que recuerdas;
con suerte, un puñado de caricias 
y de besos de alguien que te quiere.
La vida no es un libro,
ni unas obras completas.
La vida 
               es un puñado de versos
escritos encerrado en uno mismo...
A menudo, mal escritos: para colmo.

Al menos, esa es mi vida. 

Nada más

No extraño el bosque
ni el mar.
Nunca hice deporte al aire libre.
No me llevo
del todo mal conmigo mismo,
aunque a veces no me aguante.
Tengo libros, canciones,
un perro al que acariciar
y que me pide paseos.
Tengo libretas, cuadernos,
papeles, borradores de novelas
que nunca escribiré;
tengo poemas 
que nacen ya muertos.
Conservo a mis amigos 
y conservo mis odios: 
a la falsedad, a la mentira,
a la hipocresía. 
Y conservo el amor.
Todo ello me acompaña.

Sólo hay 
una cosa que me falta: 
tú. 

El cuadro

Como “el caminante 
sobre el mar de nubes”,
contemplo las montañas y la bruma.
Pero no veo 
lo que tengo ante mí. 
Miro mis riscos, mis valles,
los despeñaderos interiores
a los que un día tal vez 
me abismaré sin miedo,
sin aprensión: sin pena.
O, tal vez,
un día remonte esos mismos picos,
incluso las nubes. 
Y me arroje al cielo. 
Todo es una caída. 
Morir es caer. Salvarse es caer. 
Y en no pocas ocasiones
caer -donde yo caigo-
es vivir. 




Hasta la vista

No quiero hablar en estos días.
No quiero hablar porque todo
tiene una luz difusa:
convivencia, distancia,
mar, avenida, cielo...
han cambiado.
Nada es lo que era,
pero nadie se cansa de decir.
El amor, el desamor
viven emparedados. O muy lejos.
Incluso Libertad es una palabra vana
que se confunde 
con la cola del pan,
el paseo del perro.
No quiero hablar 
porque todos decimos lo mismo.

Cuando el mar 
sea de nuevo el mar y la calle
un lugar cotidiano;
cuando besarse vuelva a ser
una pasión y no un anhelo
-o, peor, un convencionalismo-;
cuando “todo esto pase”
(qué tiene exactamente que pasar)...
tal vez me atreva a hablar.
Siempre que antes
no me haya quedado mudo. 

Diana

El círculo más pequeño
es una pesadilla. El siguiente,
es una pesadilla compartida
sólo por unos pocos.
Le sigue otra pesadilla 
que se va ampliando.
Fuera quedan los sueños.
Pero no hay 
malos tiradores:
todas las flechas pinchan 
donde duele.