Aeropuerto (paisaje con figuras)

Un mendigo con un perro
envuelto en una manta sobre un carro de maletas
le pide un cigarrillo a un ejecutivo
con un traje impecable sucio de polvo blanco
(son las seis de la mañana).
Diez o doce mujeres bulliciosas
ríen como si aún
no se hubieran acostado
(parece que una de ellas dejará de ser soltera).
Una joven pareja trata de mantener callado a un niño
que no sabe dónde está ni a dónde viaja.
Otra pareja, con algo más de edad,
entrelaza las manos y se mira a los ojos
como si el cielo
estuviera realmente en ese avión.
Y hay una mujer sola (edad indefinida
entre los treinta años y la muerte)
que lee un libro. Y otra, más allá,
que pasa páginas absurdas en color de una revista.
Y hay un hombre que observa,
parece tomar notas en un viejo cuaderno
y bebe su café a pequeños sorbos.
Tal vez es un poeta...
O sólo un hombre más que mira
todo cuanto le rodea
y pinta un lienzo
que deja abandonado 

en una terminal del aeropuerto.

©Santiago Pérez Merlo

Intensidad

Intensa la mirada del pájaro en la rama.
Intensa la mirada del poeta,
fija en el ave.
Intensidad en la rama cuajada de brotes
intensamente verdes
apuntando al sol y al cielo,
intensamente azul.
Intenso el pensamiento
si uno se detiene mucho en él.
Ya me cansé de tanta intensidad.
Mejor ser levemente
y flotar.
Y dejarse llevar.

Y no ser nada.

©Santiago Pérez Merlo

Sinrazón

Nunca hay razón suficiente 
para la nostalgia.
Ni falta que le hace a la razón 
estar presente siempre en todos nuestros actos.
Eso quisiera ella y, sin embargo,
cuántas veces es mejor acallarla.
O no escucharla al menos y prestar atención,
solamente, al latido, al sueño, 
a la voz susurrante de la mente dormida
y la pasión despierta, al huracán que vive 
escondido en la brisa y tiene miedo...
Ese viejo aliado de la razón, el miedo,
que vestimos de razonables sedas
y viste sólo inconcretos harapos.

©Santiago Pérez Merlo

Amanece

Nunca la oscuridad es absoluta
y en la mínima luz
-una rendija, el quicio
de la puerta no encajada-
tu cuerpo se ilumina y me desvela.
Te oigo entonces respirar suave,
acompasado el pecho junto a mí,
la curva de tu pierna y tu cintura.
Y no me muevo, aguanto
mi propio respirar
para no perturbar no ya tu sueño, el mío:
el de verte desnuda 

y a mi lado.

©Santiago Pérez Merlo

Destiempo

Yo también necesité perderme,
escapar a los bosques,
naufragar, construir
un refugio alejado de todo
y encerrarme donde nadie
me pudiera encontrar...
suponiendo que alguien
quisiera buscarme.

Y ahora que lo que quiero es el calor
de una chimenea compartida,
una conversación, una caricia
quizá de cuando en cuando...
estoy sólo en el bosque,
náufrago y sin refugio.

©Santiago Pérez Merlo

O ser...

O ser quien no se es.
Convertir en silencio
el rumor del viento 
y en música callada 
las palabras de amor.
Y en sinfonía el aire
que vuela tan dispar 
de un extremo a otro 
de la nube que lleva 
en su propio interior.
Ser ruido 
o ser sencillamente balbuceo.
No decir. 

Y aún así,
todo suena y se escucha.
Incluso se oye el eco 
de no ser. 
Nadie también habla.

©Santiago Pérez Merlo

Peso

En un platillo, un poema;
en el otro, un corazón.
Y quizá debería,
pero nunca se queda
del todo equilibrada
la balanza.
Tal vez  esté trucada.

©Santiago Pérez Merlo

Nexos

Cuanto más alto vuela el halcón 
más se arrastra la lombriz 
en el subsuelo.
La distancia es enorme y aún así
hay un hilo sutil, casi invisible,
que los une:
hay quien lo llama vida, ecosistema...
cadena alimentaria incluso.
Yo sé que hay algo más.

©Santiago Pérez Merlo

Inconcebible

No concibo el poema sin poesía.
No concibo la poesía sin vida.
No concibo la vida sin un cierto grado
de temor de muerte;
ni concibo la muerte sin espera.
No concibo la espera sin un regusto
de desesperanza.
No concibo la desesperanza 
sin una dosis de anhelado amor.
No concibo el amor sin el deseo.
No concibo el anhelo, ni el amor,
ni el deseo, ni la espera...  
Mucho menos, la poesía ni la vida
sin ti.
Hasta el día de la muerte.

©Santiago Pérez Merlo

Sombra

No es bajo la luz del sol,
ni cuando amanece o anochece 
ni cuando brilla con total intensidad;
es por la noche, cuando no se percibe 
su silueta en suelos o paredes,
cuando crece la sombra. 
Cuando se queda dentro de uno 
y se extiende y contamina,
oscurece pensamientos y alegrías (si las hay).

Hasta que de pronto una mirada,
una llamada, un gesto...
la hacen esfumarse y es de día en medio
de la noche cerrada.

©Santiago Pérez Merlo

Corazón

Busca, escarba, araña
-dices-.
Sácate si es preciso el corazón 
y ponlo sobre un plato encima de la mesa:
disecciona, analiza, investiga
qué hay ahí por debajo de venas 
y de arterias, ventrículos.
Pero no es necesario.
A pesar de las oscuridades
y de los intersticios, de los miedos 
y las sombras,
las horribles cenizas de tantos cigarrillos...
En el fondo de todo sólo hay una cosa:
tu latido.

©Santiago Pérez Merlo

Tocando fondo

Repetir hasta la nausea 
lo que ya estaba dicho.
Tropezar una vez y otra vez 
y otra más 
en la misma corteza desgastada
del árbol que no vimos
en mitad del sendero y saber 
que por más que miremos 
seguiremos sin verlo y seguiremos 
dandole puntapiés, dañándonos las uñas.
O callar de una vez 
por todas
y abandonar el bosque.
Y regresar al mar, a las profundidades 
abisales
de donde nunca debimos emerger.

©Santiago Pérez Merlo

Bosque

Tal vez no debería preocuparme
por los lobos del bosque.
Ni por Caperucita ni la abuela
ni por la madre que queda esperando
el regreso de la niña.
Tal vez sólo debería 
continuar caminando. 
Incluso cuando sé que me he perdido
y que este bosque 
no es el que recuerdo.
Dejar mi propia cesta 
apoyada en el tronco de un ciprés
o de algún sauce (ese árbol llorón)
y no mirar atrás, 
ni hacia adelante: mirar
sólo mis pies y no escuchar el grito
del cuervo ni el chirrido
de la procesionaria.
Ignorar a las ardillas y a los búhos 
y no rozar los árboles 
para no contaminarlos de tristeza 
y llorar su resina.
Simplemente, perderme...
¿pero no estoy ya perdido?

©Santiago Pérez Merlo

Diría

Si no lo hubieran hecho ya diez mil poetas 
cantaría al ruido del silencio y cantaría 
al silencio que dejan algunas palabras.
Si no lo hubieran hecho ya,
mejor que yo, 
diría que me sobra el silencio y aún diría
que me huyen las palabras...
Que hubiera preferido no saber
ni que existe el lenguaje,
ni que existe el silencio.
Pero sé. Sé que ambos existen
y es más grande el dolor 
de no poder decirlo.
Ni callarlo.

©Santiago Pérez Merlo

Tal vez...

Tal vez sólo no ser.
O ser de aire y ser
el aire que respiras
sólo.
No tocarte, envolverte.
No olerte,
dejarme respirar
cuando te falte el aire
y flotar entretanto
invisible, a la espera.
No asirte pero ser
asidero necesario.
No ser
nada.
Y ser todo.

O estar muerto.

©Santiago Pérez Merlo

Inalcanzable

Como en el viejo sueño recurrente 
de caer 
y despertarse 
en pleno descenso.
Pero yo no me puedo elevar,
no puedo desasirme 
de la tierra y volar alto.
Apenas un saltito 
como el niño que afronta un escalón
como un abismo 
ante el fingido asombro del adulto.
Tal vez la dicha sea no volar
sino observar las aves 
como observo las estrellas 
y nunca deseé ser astronauta.
Tal vez mi sueño 
no es más que un engaño.
Y, además, estoy despierto.

©Santiago Pérez Merlo

La danza

Y de pronto, sin venir a cuento
-y son tan aburridos esos "cuentos"-,
te pones a bailar 
por el pasillo y te deslizas
dejándote llevar 
no sé si por la música que suena
o por otra que tú escuchas.
Sorprendes mi mirada y te detienes...

Otro de esos momentos 
en los que desearía 
verte sin que me veas 
para que el baile 
no se acabara nunca.

©Santiago Pérez Merlo

Trabalenguas

Prefería los viajes de ida a los de vuelta
pero ahora creo que vuelvo
a donde antes iba 
y que voy a ningún sitio.
Si el viaje
ha de ser hacia la vida,
vuelvo cuando estoy yendo 
y después voy
hacia ninguna parte.

©Santiago Pérez Merlo

Antiotoñal

¿Yo también debería escribir
que se acaba el verano,
que se otoñan los versos
y la vida 
retorna por los fueros 
de la rutina, el tedio
y las obligaciones y septiembre
se convierte en el mes 
en el que los poetas 
van pisando las hojas 
de su propia desidia y repiten,
cansinos, 
los pasos que trillaron 
el septiembre pasado?
Pues no me da la gana.
Me niego a que el verano
se acabe en el verano y que la vida 
me imponga su camino y me lo cierre 
de nubes, de días cortos
y de melancolía.
Porque mi sol, amor, cuando sueño contigo,
sale todos los días 
y brilla sin que el tiempo
marque mis estaciones.

©Santiago Pérez Merlo

Viento

Parece que habla el viento 
y es porque trae en él 
envueltas las palabras de los hombres.
Trae los términos precisos  
y se lleva los innecesarios.
Aúlla las verdades 
y se lleva silbando las mentiras.
Y mezcla en su monólogo inconexo
aquello que los vivos recitan a los muertos
y aquello que los muertos responden a los vivos.
Por eso no entendemos 
al viento cuando habla:
a veces no sabemos de qué lado estamos.

©Santiago Pérez Merlo