Souvenir


He comprado "El Spleen de París"
en una librería de viejo de Burdeos.
Yo, que no tengo ni idea de francés,
rebusqué hasta encontrar
esta vieja edición numerada, ginebrina,de la "Biblioteca de un alma sensible",
reza su colofón.
No tiene muchos más de sesenta años
(nació cuando mi padre)
pero huele a papel viejo,
al alma atormentada del joven Charles.
No comprendo, decía,
la lengua en que está escrito,

pero el libro me habla.

©Santiago Pérez Merlo

Rennes

Es un pequeño hotel de las afueras,
nada lujoso.
Se llama "Campanario" pero en francés su nombre
se asemeja más a "Campanilla",
como en aquel poema que tanto te gustaba.

Es la primera noche y sin embargo
parece que nos conozcamos de hace siglos.
Nuestros cuerpos, en cambio, mantienen
el pudor, la sorpresa, la duda
frente a la carne nueva.
Dejémosles hacer, dejemos que se vayan
conociendo sin prisa,
que se duerman tranquilos cada uno en su cama
separada
por la distancia que no nos aleja.

Pero tú quédate: quiero dormir contigo.

©Santiago Pérez Merlo

Rue du Jerzual, Dinan

Observas desde arriba la empinada cuesta 
y piensas en lo fácil que sería
desplazarse
midiendo sólo a medias donde pones los pies 
para no tropezar y alcanzar tu destino.

Para no tropezar y alcanzar tu destino,
midiendo solo a medias donde pones los pies,
desplazarse 
manteniendo el paso firme, 
observando la empinada cuesta
desde abajo.

©Santiago Pérez Merlo

Pont Aven

Hay penachos de flores a lo largo del puente,
de un lado al otro lado los paseantes cruzan 
despreocupadamente o paran,
hacen fotografías y sonríen 
y posan y vuelven a pasar en un río constante 
que fluya  en remolino.

Mientras, tú estás parada 
sin dejar de moverte
y no oyes el murmullo del agua
porque tú eres de agua y eres río 
que vive como anclado al puente y a las flores, 
esperando a que el mar lo sacuda o lo aguarde,
fijado en la belleza 
ficticia -no son flores salvajes 
y no es libre tu cauce-.

No obstante estas hermosa así,
entre las flores,
y quisiera ser puente y albergarte
en lugar de ser mar.

©Santiago Pérez Merlo

Chateau, Josselin, France

Querría saber quererte
en más idiomas,
en lenguas muertas, vivas,
en dialectos olvidados
o que aún se transmiten
entre las tres familias de aquel valle perdido.


Y querría saber quererte en más países,
en todos los que hemos visitado
juntos
o tú por tu cuenta y yo por la mía,
en este en el que estoy.
O mirando viejos mapas
y cartas de navegación
por las que viajan solamente nuestros dedos.

Josselin, Francia

Y querría saber quererte
en todas las estancias del castillo,
desde el opulento salón de ceremonias
a la humilde cocina
o a las caballerizas.

Y querría, sin más, 
saber quererte.

©Santiago Pérez Merlo

Ley universal

Lo sé, lo sabía:
del mismo modo que en una discusión
una voz que se eleva sucede
a la voz que se ha elevado,
el silencio 
                  engendra 
                                     silencio.

©Santiago Pérez Merlo

Ciudades

                            (A Niza)


Me arde en la cabeza una ciudad
que abandoné y me espera
y me arde esta ciudad de paso.
Y la arena de esta playa
y la risa, la música en la calle, los jardines,
la vida que se agita en cada esquina, quema.
Me bullen desde ayer recuerdos inventados
o que no han sucedido
todavía.
Y me bulle una presencia que se ha alojado aquí,
en alguna parte que no sé si no sé
o no quiero ubicar,
pero por dentro.

Y es inconcebible tanto ardor
cuando hiela la muerte 
tan cerca y tan absurda.

©Santiago Pérez Merlo

Puzzle

Con pequeños retazos,
con las fotos que envías
(la de una cicatriz, una espalda
reflejada en el espejo,
un brazo que se adivina al sol,
unos pendientes de aro,
ese rincón que adoro donde está el tatuaje)
voy componiendo
una imagen de ti
como si fuera un puzzle
al que añado la risa,
los versos, las canciones,
los sueños, los silencios y relleno
los infinitos huecos que,
indefectiblemente,
ha de tener un puzzle
para ser perfecto.

©Santiago Pérez Merlo


Imagen de Laurence Demaison

Tres etapas

I

Asciendes muy despacio, como si en cada paso,
en lugar de aligerar tu carga
se añadiera a tu espalda
una piedra del camino.
Mas subes sin temor,
con paso decidido y mirando hacia arriba
(o quizás hacia dentro).
La cima se adivina
un poco más allá.

II

Has llegado a la cumbre,
te sientas y contemplas
el mundo casi como una diosa,
como si un invisible tropel de querubines
(o algo similar)
te hubiera coronado
-no sé-   
“Reina de la Montaña
 y del Sosiego”.

III

Llevas ahí cuarenta y ocho horas
y yo espero paciente que decidas
si serás mañana nube,
piedra,  cumbre callada y alta,
o vas a descender
como arroyo sereno,
como salto de agua ruidoso y juvenil
donde pueda calmar
mi sed antigua de silencio.

©Santiago Pérez Merlo

La caída

Descender desde un nivel más alto
hasta otro inferior: eso es
                                        caer.

Desprenderse de aquello
a que estaba adherido
o separarse: también
                                 caer.

Colgar, pender, inclinarse,
perder el equilibrio
hasta dar en tierra firme:
                                       caer,
una vez más.

Tropezar, trastabillar, venir
al suelo dando en él
con una parte del cuerpo.

Y caer en la trampa
y desaparecer. Y perder la fortuna
y cumplirse los plazos.
Caer enfermo, caer mal, caer gordo
y perder un color su viveza
y caerse redondo. Y caer
en desgracia
o caer en la cuenta.


Dicho del sol, acercarse a su fin... 
Y volverá a salir al otro día.

©Santiago Pérez Merlo

Colorín colorado

¿Qué será de nosotros si no queda
ni un solo dragón
-Fujur murió también, no sé si lo recuerdas-?
¿Dónde iremos el día que se pare
el reloj de bolsillo del conejo blanco
y lleguemos siempre tarde a ningún sitio?
¿Quién abrirá para ti el mágico paraguas
que se eleva por encima de hollines y de humos
cuando te llueve por dentro y no recuerdas
el último color del arco iris?
¿Cómo se encenderá tu risa si se mueren
las risas de los niños
perdidos y se apagan
las luces de las hadas de la naturaleza?
Cuando no queden lobos en el bosque,
qué mujer recordará
que fue niña y que tuvo
su caperuza roja colgada en el armario.

¿Cómo vas a dormir esta noche
si se han terminado para ti 
todos los cuentos? 

©Santiago Pérez Merlo

El escondite

No temo al camino 
que se adentra en la bruma y se pierde 
de vista sin saber
si son árboles o sombras
o difuntos quien habita sus veredas.
No temo a la estela que se ahoga
cuando tampoco el barco 
es ya visible entre los dos azules.
No temo el surco que se desdibuja 
barrido por la arena y borra
la huella que dejé
hace un instante.
Yo no temo perderme porque ya estoy perdido.
Lo que me asusta en realidad es que dejes de verme
o, peor aún, que renuncies al juego 
de buscar para encontrarme.

©Santiago Pérez Merlo
Atribuido a Fiedrich Eduard Meyerheim 

Vacaciones

Las planeamos minuciosamente, trazamos
rutas, definimos calendarios,
reservamos con tiempo las estancias
y seleccionamos incluso algunos restaurantes.
Fueron sin duda unas 
de las mejores vacaciones.
Visitamos, si no recuerdo mal,
París, Bruselas, Zurich, 
Ámsterdam, Berlín, Praga, Colonia...
y dimos un rodeo
para regresar vía Pekín y Tokio.
Casi un mes, con sus noches,
sin soltarnos apenas de la mano, 
empapándonos de arte y de ciudades,
absorbiéndolo todo, incluso nuestros cuerpos
cuando no nos vencía el cansancio.

Lo rememoro en esta noche y busco
fotos, folletos, souvenirs, recuerdos 
que la gente comparte en internet
y revivo sin nostalgia aquellas vacaciones 
que nosotros no tuvimos.

©Santiago Pérez Merlo

Rutina

Me gusta esa costumbre que tú tienes
de ducharte de noche
y meterte en la cama oliendo sólo a ti;
aunque yo esté dormido,
aunque no me despierte algunas veces
y evitemos así que se convierta
la pasión de otros días
-los que sí me despierto, inevitablemente-
en una inercia más,
otra rutina que añadir a la lista interminable
de cosas que nos hacen felices y aún así

no conviene convertir en rutinarias.

©Santiago Pérez Merlo

Buenos días

Despertar como un niño la mañana de Reyes,
cuando todo es silencio
y no se ve aún ninguna luz.
Caminar de puntillas y comprobar
en cada habitación
que todo el mundo duerme.
Y la duda de volver a la cama
o seguir la aventura.


El hormigueo de tocar el papel de regalo.
La expectativa de la felicidad
anterior a la felicidad.
Esta mañana.

©Santiago Pérez Merlo

Jazz

Qué tópica la música de jazz,
Chet Baker

el humo, los garitos y los whiskys
como telón de fondo de un poema.
Qué tópico el sudor, las miradas perdidas
o los cuerpos enlazados al fondo del pasillo.

Qué cosa tan absurda los lamentos
de trompeta de Chet Baker
o de Dizzy Gillespie. Qué placer,
sin embargo, escucharlo
con la luz mortecina que entra de la calle,
tendido en el sofá

de esta que quizá no sea nuestra casa
y a tu lado.

©Santiago Pérez Merlo

Otro verano

Una tarde cualquiera
de los últimos días de verano,
cuando una lluvia alegre, despreocupada y firme
arrastra tras de sí
el calor que se hacía irrespirable,
te sumerges en ella con la pasión perdida
del deseo que habías olvidado
y bailas y te empapas y disfrutas
del tiempo nuevo que se anuncia
en el recién inaugurado anochecer
cuando retumba el trueno,
serpentean los rayos
que iluminan la oscura placidez  
y estalla inexorable la tormenta.

Corres a refugiarte y te preguntas
dónde, quizás también por qué,
hemos dejado ir otro verano.

©Santiago Pérez Merlo

Opus nº 3

Una música de chelos y violines
me arrancó de la noche.
No la oía en realidad pero sabía
que sonaba para mí desde muy lejos.
Tu voz me llegó entonces
con absoluta nitidez
abriéndose camino entre las notas.
Lástima que yo

hubiera despertado.

©Santiago Pérez Merlo

Moon river

Me he buscado en tus palabras
con afán de bibliófilo,
pero no me he encontrado.
Me busqué en las canciones
que escuchas en el coche, camino del trabajo,
y en los ciento cuarenta caracteres
de tus escritos más circunstanciales.
Me he buscado en las películas
que has visto una y mil veces y que vuelven a ti
con la tenacidad del blanco y negro.
Me busqué en las cortezas
de árboles que rozas
con esa dualidad de caricia y descuido
en tus paseos
y en las piedras comunes que parecen temblar
cuando tú chapoteas en el cauce del río.
Traté de adivinarme en los versos que lees
y después comentamos y en aquella sinfonía
(¿Beethoven, Schubert, Mahler?)
que escuchábamos juntos,
pegados por los cascos
en aquella terraza del centro
de no sé qué ciudad.

Me he encontrado por fin,
acurrucado y sólo y asustado
en tus silencios;
como el gato amarillo de Holly en aquel
Desayuno con Diamantes,
esperando que tu voz
(“¡Gato!, ¡Gato!, ¡Gato!, ¡Gato!, ¡Gato!”)
venga a salvarme.

©Santiago Pérez Merlo