Cajas

Cuánta vida cabe,
cuántos recuerdos, 
cuánta memoria,
cuánto olvido
en dos simples cajas de cartón.
Cuánta felicidad.
Cuánta tristeza. 

Sabed

No sabe el rico 
lo que es el hambre.
No sabe lo que es la sed
quien vive junto a un río.
No distingue la verdad de la mentira
el mentiroso.
No sabe quién es
para el resto del mundo
quien no sabe quién es
para sí mismo. 

De dioses y hombres

No podía ni salir del coche.
La muleta no era suficiente. 
Ochenta y siete años 
un día después de mi propio cumpleaños.
La acompaña su hija, agobiada
porque no puede aparcar 
y la ambulancia no ha llegado. 
La llevo hasta la consulta 
y me cuenta que su sobrino es 
el cura de San Carlos Borromeo,
pero dios no conduce ambulancias. 
No sé ni su nombre.
Su hija ha conseguido aparcar 
y yo me marcho. 
Y, no: no soy dios, ni soy mejor que nadie.
Solamente soy un hombre
que procura ser 
“en el buen sentido de la palabra, bueno”.

A eso incluso intento dedicar mi vida.
Y no me dejan.
¿Dónde está dios?

Hasta siempre

Desaparecer.
Ser simplemente niebla,
polvo, humo. 
Y que nadie te eche de menos.
Que sólo recuerden de ti
-si es que los hubo-
los momentos felices, las caricias,
los besos, quizás algún poema
que a alguien una vez le dijo algo. 
¿Qué más se podría pedir? 
“Al cabo, nada os debo”,
como dijo el poeta.
Y nada me debéis. Nada.
Todo. Sólo. Siempre. 

¿Poesía?

Estoy preocupado: 
no puedo pagar a mis trabajadores.
Estoy feliz:
ha ganado mi equipo de fútbol 
(qué cosa más absurda)
y mi hija adolescente
me ha dicho que hagamos algo juntos
en lugar de quedar con sus amigos.
Estoy triste:
tenía un amor que ya no sé si tengo.

¿Poesía “de la experiencia”?
¿Poesía?
No: es la (puta) vida. 

Ovillos

¿Quién soy yo para ti?
¿Quién eres tú?
¿Quiénes somos
-si es que “somos”- nosotros?
Cada uno enredado 
en sus propios hilos 
y sin poder compartir 
esas antiguas madejas 
que el otro iba ovillando...

O quizá sí. 
Quizá seamos lana
de la misma oveja
y no seamos capaces
de darnos cuenta. 

Alzheimer

Aún nos queda la vida 
y se pierde la memoria. 
Y es como no haber vivido.
O, por el contrario, 
conservamos intacta la memoria 
y apenas nos queda nada más.
Y es como no vivir.

Laberinto (y 2)

Tenemos la opción 
de entrar de la mano, 
provistos de besos, 
de comer bayas silvestres 
y encontrar un rincón 
de hierba mullida 
en la que tumbarse 
a ver las estrellas. 
Sin ninguna prisa por salir.

Y tenemos la opción 
de entrar solos,
o por separado,
correr de un lado a otro
buscando la salida...
Como si la hubiera 
en este laberinto 
que preferimos llamar “vivir”. 

Laberinto

Cuando me pierdo,
te busco.
Cuando te pierdas,
si quieres,
me encontrarás...
aunque sea para vivir
encerrados en el laberinto. 

(Des)esperanza

Dice el dicho:
“la esperanza es 
lo último que se pierde”...
Entonces,
¿qué me queda por perder?

Dolores

Como una rosa en mitad del desierto,
como un cardo borriquero en un vergel.
Como un ateo en misa de doce 
o un cura en medio de una invocación
a satanás.
Como el consabido pez
fuera del agua:
boqueando, boqueando.
El koala en mitad del incendio.
La víctima en mitad del atentado
que no sabe explicar.
El león moribundo que abandona la manada:
otro le sustituirá.

Y quizá nada de eso sea el fin
sino el principio. 
Pero el principio ¿de qué?
Y duele. Vaya que si duele

Dormido

A veces en sueños
toco las cosas que no tengo a mi lado.
O tomo café de una taza que no existe.
Enciendo un cigarrillo.
A veces en sueños
mezclo letras de canciones 
y compongo tangos nuevos que no existen.
Y no son exactamente sueños.
Son esa duermevela en que podría fumar 
o tomar una taza de café.
Y cantar tangos si tuviera la voz.
Algo muerto que parece la vida.

A veces en sueños
acaricio tu piel. 
Y odio despertar
y volver a la vida que es la muerte. 

Juicios

Yo no juzgo. 
Para eso están los jueces 
o los dioses 
para quien crea en ellos.
Yo sólo miro, escucho:
a los demás y a mí mismo.
Y por supuesto que tengo opiniones 
(tanto de los demás como de mí mismo). 
Pero a lo más que llego,
y no siempre,
es a escribir algo que otros llaman 
“poemas”.

Trastornos

La sordera es, aunque haya sonidos,
no escuchar tu voz, tu risa.
La ceguera es, aunque brille el sol,
no ver tus ojos grandes.
La hiposmia es, en un parque de capricho,
no poder olerte. 
La hipoestesia es, en la cama vacía,
no alcanzar tu piel. 
La hipogeusia es, en esta soledad,
no poder sentir tus labios o tu sexo.

La vida es, sin tu presencia,
un augurio de muerte. 

A J.L. Cuerda

Cada día que pasa, cada hora
nos acerca a lo único seguro,
que es la muerte.
Puede ser mañana, dentro de horas,
dentro de años... 
pero sabemos que ha de llegar. 

Mientras tanto,
y ese es el milagro,
amanece, que no es poco...
las mariposas siguen teniendo lengua 
y Fendetestas sigue pisando 
los bosques de Galicia
y casándose en Soria.
Dejar pasar esos amaneceres 
debería ser delito. 

Metáforas

Ya no queda ni una piedra que picar 
en las canteras.
El minero vuelve a casa 
con el casco en las manos,
manos sin un rasguño ya;
con las botas absurdas 
y el inútil mono, ajado, 
listo para no usarse nunca más. 

Ya no queda ni una ola,
ni un pez que pescar 
en la siempre fértil playa.
El pescador vuelve a casa 
con la cesta vacía, la caña doblada
y el inútil chubasquero, ajado,
listo para no volver a usarse.

¿Y qué harán mañana 
cuando se despierten?
¿Para qué despertar?