Me deshago...

Me deshago en humo, en sombra,
en luz:
siempre estoy pero no estoy.
Los ciegos no me ven y los videntes
sólo pueden definirme con contrarios.
Y mientras tanto yo
(humo, sombra, luz, ceguera
y contraposición)

me sigo diluyendo.

©Santiago Pérez Merlo

Una lágrima

Sólo una, una única lágrima
se anuda a mi garganta
con la misma tenaz obstinación
que le niega el derecho de aflorar
al lagrimal que espera, inútilmente,
que decida caer y liberar la soga
que no sabe qué ata.
¿Es la cuerda nudosa del pasado
o el sedal transparente del futuro
quien amarra

la gota cristalina que no sabe salir?
Pero de pronto
                        tiembla
y cae,
cuando nadie esperaba
el pueril desenlace.
Y algo parecido a la serenidad
se acomoda en tu rostro.
No volveré a llorar.

©Santiago Pérez Merlo
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Atrás

Cuando se impone mirar hacia atrás
para aferrarse a lo que ya pasó,
a lo que apenas hace
un minuto, una caricia, un beso,
una mirada que devuelve la mirada...
Cuando atrás quedan
las pequeñas cosas que llamamos vida
porque sin ellas no hay
sangre que fluya ni palabras que bailen
ni música,
                 ni poesía,
                                ni aire:
                                            nada.
Cuando toca mirar hacia atrás,
es enorme después el esfuerzo
de mirar hacia adelante y distinguir
un horizonte.

©Santiago Pérez Merlo

Ínfulas

¿A cuántos antes que a mí
les llamasteis "poeta" y les hicisteis 
creer que era poesía 
todo lo que salía de su boca?
¿Cuántos de ellos pensaron 
que bastaba hilvanar 
cuatro o cinco palabras hermosas,
metáforas sonoras y similicadencias?
¿De cuantas de esas plumas
ha salido Poesía?
De la mía, estoy seguro,
nunca ha salido nada que siquiera 
se aproximara a algo 
que merezca ese nombre...
O quizá sí: quizá un día de mi boca 
salió un beso.

©Santiago Pérez Merlo

No aguanto...

No aguanto a quienes dicen
"la vida es quien escribe mis poemas".
O aquello otro de "no soy yo quien escribe:
la poesía lo hace por mí"... -que quizá
incluso yo alguna vez
haya torpe y tontamente escrito
(no siempre me soporto ni siempre mis yos
están de acuerdo en todo)-.


Cuando uno escribe, escribe y la vida
suele guardar silencio.
Cuando la vida es vida y uno siente
toda su plenitud como me pasa a mí
ahora mismo que sólo
con volver la cabeza te contemplo,
sería una tontería
malgastar ese instante

escribiendo un poema.

©Santiago Pérez Merlo

Alegría

No comparto el sentimiento
trágico del amor, de la vida... 

Y, si me apuran, tampoco el de la muerte.
A veces abomino
incluso de mis versos cuando son así.
Es tan fácil la amargura.
Basta mirar al mundo, abrir los ojos,
ver el miedo y el odio y la codicia,
la envidia, la estulticia…
la tristeza que habita en tantos corazones.
Es tan sencillo
-y tan dañino a veces y tan duro-
instalarse en la pena.
Creo que ya lo dije en otra parte
-perdón por repetir mis propios desvaríos-: 
prefiero la difícil alegría.

©Santiago Pérez Merlo

La caverna (III)

Poco a poco también
me alejaré del sol y del resto de estrellas
igual que me alejé de los faros que guiaban
a los pecios fantasmas.
Me alejaré del mar y de la playa,
de las mareas que corren tras la luna.
Y me verán partir
los hombres,
las mujeres y la niña
que guarda el secreto del amor infinito.
Huiré de toda luz. Volveré a la caverna
donde alumbra, siendo sólo oscuridad,
la llama inagotable, el fuego
que solamente arde 

en uno mismo.

©Santiago Pérez Merlo

La piedra

Hay gente que me mira y ve una piedra.
Una roca en mitad de ningún sitio 
que no se va a mover.
Que no siente, no padece porque es 
materia inerte, mineral inmune 
a lo que alrededor 
llamamos vida: plantas bajo su sombra, 
animales que trepan o que duermen al sol
y el calor de la piedra inmutable.
Pero la roca ve. Ella ya estaba allí 
-aunque sea en ninguna parte- 
antes que esas plantas y esos animales. 
Y ha visto pasar ya muchos soles.
Y sí, el viento y la lluvia y las huellas
de cuantos en ella pusieron su mano
también han conseguido erosionarla.

©Santiago Pérez Merlo

¿Dónde estoy?

Cuando una llanura a cielo abierto,
donde la vista se pierde
sin una sola pared, ni una montaña
o un puñado de árboles
dispersos
se convierte en laberinto
es difícil encontrar
la salida.
La inmensidad del amor
no parece entonces 

suficiente hilo de Ariadna.

©Santiago Pérez Merlo

La medida

Quiéreme así, desde tan lejos
que no puedas ni soñar dónde estoy,
que tu imaginación infinita de mujer
no alcance tu infinito pensamiento
y no sepas siquiera
si es de este mundo o de un universo paralelo
desde donde te observo y te pido:
"quiéreme".

Quiéreme también así, tan cerca
que nuestros cuerpos se conviertan en uno
-no físicamente y no hablo, por una vez, de sexo-.
Tan cerca que tu voz y mi voz
sean una sola y tu silencio y mi silencio
el único silencio conocido.
Tan cerca que ya no necesite decirte:
"quiéreme".

Donde sólo el amor sea la medida

de todos los espacios.

©Santiago Pérez Merlo

Vanidad

Ninguna calle llevará mi nombre.
Ninguna estatua adornará los parques
de mi infancia (y ninguna paloma defecará en ella).
Ningún erudito glosará mi obra
(¿pero he construido algo realmente?).
Nadie más que unos cuantos
familiares y amigos
recordará mi nombre
cuando yo haya muerto.
Y aunque todo ello ocurriera,
si yo no estaré aquí para admirarlo
¿de qué tendría que vanagloriarme?
Admirad mejor ahora, en este instante,
al pobre vanidoso que reclama 

su minuto (efímero) de inmerecida gloria.

©Santiago Pérez Merlo

Autorretrato

Dicen que saben quien soy: un nombre,
dos apellidos y una dirección 
postal, un domicilio.
Un hombre que pasea a un perro
tres veces cada día y que trabaja
en una "oenegé".
Unas cuantas imágenes de mí en las redes sociales, 
en álbumes antiguos que una madre 
conserva con cariño.
Un hombre que de cuando en cuando escribe
algo parecido a versos o a renglones pequeños.
Incluso hay quien dice haberme visto
en la solapa de un libro de poesía.
Dicen que saben quién soy, que me conocen.
Pero yo sin embargo estoy seguro
de no ser nada de eso, ni siquiera ese hombre
-barba, pelo largo, ojos marrones-
que me mira al otro lado del espejo
cuando no estoy delante.
No, no me conocen porque nada de eso es "yo".
Pero, entonces, ¿quién soy? 
¿Y quién tampoco soy?

©Santiago Pérez Merlo

Tinieblas

Por supuesto que amo la luz.
Pero amo también la oscuridad,
lo que me hace daño, porque tengo
una cierta tendencia al masoquismo
-dicen que es consustancial a la poesía-.


Amo el aguijón tal vez
porque me compadezco de la abeja
y aún no sé si también moriré
en el heroico acto en que ella muere.
Pero yo moriría sin honor,
absurdamente envenenado, falto de adrenalina,
mientras ella defiende su colmena.


Amo la oscuridad quizá porque mis ojos
no se acostumbran a la claridad
o ven rayos dañinos donde sólo hay una vela
que se apaga y me devuelve
a la tiniebla en la que otros brillan.


©Santiago Pérez Merlo

Goteras

Como el balde bajo la gotera,
cada poco tiempo,
necesito vaciarme de palabras
y volver al silencio que gota a gota llena
de nuevo el pensamiento.
A veces, la gotera es un poro
que a duras penas filtra
tres o cuatro palabras por minuto.
Sin embargo a veces llueve y por la grieta
bajan casi en chorro constante
las palabras.
No da tiempo esos días
a vaciar el cubo antes de que rebose
y el suelo se me inunda de "te amos"
que anegan, bendita inundación,

este pobre corazón reseco.

©Santiago Pérez Merlo

Mientras

No me da miedo la muerte.
Me da miedo
no vivir lo bastante o vivir
esta existencia a medias que no es vida.
Será el pulmón, el corazón o el páncreas
quien decida
cuándo llega la hora.
Pero ¿y mientras?
¿Qué estoy haciendo mientras con la vida?
¿A qué indefinición llamamos muerte?

¿A qué definición llamamos vida?

©Santiago Pérez Merlo

Cada eslabón...

Cada eslabón que arrancas
de la cadena que te ataba a la roca
es un pluma nueva que se añade
a mis quemadas alas de ave negra.

Cada pluma que pierdes
del antiguo plumaje que te impedía volar
es una vuelta menos en la soga
que atenaza mi cuello.

Algún día dos aves nuevas
surcarán a la vez 

el mismo cielo inacabable.

©Santiago Pérez Merlo

Mentira

        "Es mentira que no te haya mentido.
         Es mentira que no te mienta más."
         (Joaquín Sabina)


Los borrachos y los niños dicen
la verdad.
Sacerdotes y profetas se preocupan 
por tu alma.
Poderosos y embusteros mienten
por necesidad.
Los poetas y juglares desnudan
sus conciencias.

Mentira:
los borrachos y los niños
mienten como bellacos;
los hechiceros embaucan a su tribu;
no todo el que gobierna, engaña.
Y hay poetas que no muestran jamás
el mínimo rasguño...

O quizá todo esto también 
sea mentira.

©Santiago Pérez Merlo

Buceo

No me da miedo tu roca
en mitad del océano
ni me da miedo el mar
por mucho que la azote.
Poco a poco aprendí a no temer
que nades sola y te sumerjas
donde sólo se escucha el silencio.
Pero aún temo cuando en tu zambullida
desciendes
                  y desciendes
                                      y desciendes
tanto
que apenas si llega ya la luz
de la superficie: la luz
de mi mirada 

que te espera arriba.

©Santiago Pérez Merlo

Arriba

Lo conseguí, he llegado
al nirvana absoluto en el que todo
lo que leo, lo que escucho
me parece prescindible,
si soy benevolente,
o despreciable cuando soy sincero.
Sólo mis propios versos me consuelan
y se me quedan cortos
los elogios, las glosas, los laureles...
He llegado a la cumbre que anhelan
cualesquiera que deseen merecer
el nombre de poetas.
En la más alta cumbre, en la cima
en la que he situado el espejo
hace frío, no obstante,

y tengo que gritar al populacho
que acerquen sus hogueras.

©Santiago Pérez Merlo

Sumo canas...

Sumo canas
y arrugas debajo de los ojos
al ritmo de los días que pasan
lejos de ti. Y lejos
no es sólo la distancia que le falta al abrazo.
Lejos es cada instante
que no puedo acunar
tu dolor de cabeza
o que no compartimos
el instante preciso cuando uno
piensa en el otro y éste
presiente el pensamiento.
Cuando ese segundo coincide
no es que estemos más cerca,
ciertamente,
pero sí noto a veces
que tu sueño me roza y los míos
despiertan y vivir

se parece otra vez a la vida.

©Santiago Pérez Merlo

Paseo

Te veo alejarte y acercarte simultáneamente
por ese camino junto al mar que conozco
como la calle urbana por donde paseo
al perro cada día y cada noche...
(¿Dónde vivo realmente? ¿Cuál es
en realidad mi vida?).
Te veo y si te apartas grito.
Y te llamo aunque quizás
estés más cerca cuando más te alejas.
Y recuerdo el silencio que no sé mantener
sin titánico esfuerzo.
Y me callo. Y cierro los ojos a tu lejanía.
Y estás aquí, junto a mí y me hablas.

Y todo vuelve a tener sentido.

©Santiago Pérez Merlo

Ida y vuelta

De vez en cuando rebusco en los cajones
y encuentro pasaportes y salvoconductos
que me llevan de vuelta a mis infiernos.
Cruzaba temeroso la frontera por si un día
no dejaban
que volviera a salir.
Pero paseo tranquilo, como por ese oscuro bosque
en el que nadie entra
porque no lo conocen, pero yo
hablo con cada árbol y con cada peñasco.
Y hablo con la sombra cuando no queda luz.
Porque sé dónde está la salida.
Y sé que existe algo así como un ángel
que me ha rescatado para la eternidad

en su luz infinita.

©Santiago Pérez Merlo

Matemáticas

Voy sumando unas con otras
las mañanas, las tardes y las noches.
Y busco en los diagramas
las intersecciones.
No hay incógnita alguna,
no es una ecuación:
solo resultan días y más días

en conjunto vacíos.

©Santiago Pérez Merlo

Tan débil...

Tan débil soy a veces
que sólo me sostiene
la fuerza de mi debilidad.
Me hundo porque floto y vuelo
porque tengo los pies
clavados en la tierra.
Es normal, por lo tanto, que apenas un puñado 
de locos 
comprendan mi delirio.
Los demás, se apartan asustados
o me ignoran sin más y no les culpo.
Es inútil hablar 
a gritos a los sordos.
Las gafas que me ponen quienes ven
un mundo de color que yo no veo
sólo consiguen marearme.

©Santiago Pérez Merlo

Olvidadla...

Olvidadla. Dejadla respirar. Se ahoga.
Alejadla
de los recitales y las misas paganas.
Mantenedla lejos de las redes sociales
y de los eventos de santos bebedores.
Acercadla a hombres y mujeres
de buen corazón -alguno queda-
y dejadla escapar de los falsos profetas...
o los falsos poetas, que viene a ser lo mismo.
Ella no es ella cuando arrastráis su nombre.
Yo prometo cumplir con mi parte
aunque ni en sueños
me haya acercado nunca 

al lecho en el que duerme, agotada, la poesía.

©Santiago Pérez Merlo

Tergiversando

Llamáis envidia a la verdad y odio
a la indiferencia de quien ha visto
demasiados motivos para odiar
y prefirió mirar para otro lado.
Llamáis rencor a la memoria y sueño
a vuestras más oscuras pesadillas.
Y llamáis pesadilla a los sueños que no os gustan.
Llamáis lujuria y gula
al deseo y al hambre
e invocáis el silencio haciendo ruido.
Está bien. Es vuestro idioma
de mentira y chillido de hiena.
También las hienas tienen derecho a la risa.
Pero no mancilléis el nombre del amor:

no sabéis lo que es eso.

©Santiago Pérez Merlo

¿Poética?

Un simple beso, un hijo, una naranja 
que rueda por el suelo y se detiene 
junto al brocal de un pozo. 
Una tela de araña que pende en un rincón
mientras se está tejiendo
y una mosca que acude temerosa
y a un tiempo hipnotizada.
Una mariposa que aletea feliz
junto a una flor silvestre.
Un vencejo que vuela haciendo fintas 
en torno al campanario donde una cigüeña
vigila su nido y contempla allí abajo 
el balón tras el que corre la jauría de niños.
Un sentimiento puro, un destello
complejo y sencillo como el ser humano:
El amor. La vida. 
La verdad, porque amamos, de estar vivos.
No en los astros ni el firmamento azul
y quieto, inerte -gracias, Manolo: 
"inútil escrutar tan alto cielo"-.
Sólo en la vida escucho 
la poesía.

©Santiago Pérez Merlo

Mutis

Tengo la blasfemia sin temor de dios 
en la punta de la lengua.
Tengo el grito en el tronco
de la garganta hueco 
de palabras vacías y de canciones muertas.
A veces tengo también el insulto,
pero escupo al espejo para no añadir
ruido al ruido espantoso de la calle.
Tengo la silenciosa terquedad 
de quien no calla y habla 
tan sólo con él mismo 
puesto que nada añade 
                                        mi palabra
que haga mejor el mundo.
¿Para qué hablar entonces cuando el mundo
sabe sobrevivir sin que se lo pronuncie?

©Santiago Pérez Merlo