Cambio climático

Definitivamente
parece confirmarse que este invierno
que viene, será duro.
Jaime Gil de Biedma 

Estábamos junto a la chimenea
desnudos pero envueltos en una manta enorme,
con el peso de la lana en nuestros cuerpos.
Había sudor y frío en esa escena
y una blancura leve de nieve no caída
nos observaba desde la ventana.

Estábamos absortos, mirábamos el fuego
y escuchábamos sólo
nuestras respiraciones
-ese leve aspirar cuando se fuma
en medio del silencio-.
Y no nos percatamos.
Era pleno verano, mes de julio,
y ese invierno no ocurriría nunca.

©Santiago Pérez Merlo

El castigo

Vas a copiar cien veces
"Nunca debí escribir ese poema."

Nunca debí escribir ese poema.
Nunca debí escribir
ese poema.
Nunca debí
escribir ese poema.
Nunca debí escribir ese poema.
Nunca debí escribir.
Nunca debí.
Nunca.
...


¿Qué más da? Lo escribiste.
Y eso es suficiente castigo.

©Santiago Pérez Merlo

Dormitorio, escena cotidiana

Estás frente al espejo retocando
no sé qué maquillaje
que acabas de extender
y yo te miro hacer desde la cama,
recostado.
Tengo la vista fija
en un rostro que es tuyo
y es a la vez reflejo e irreal.
Me das la espalda
y me miras de frente
al mismo tiempo.

Es la visión completa
de ti
lo que me llama
y me incorporo
                      y me acerco despacio
y te beso.
Y tu espalda me mira
de frente

en el espejo.

©Santiago Pérez Merlo

En balde

Volverá mi corazón a caminar, seguro
-si es que no lo estuviera haciendo ya-,
sobre tierra baldía
con su paso cansado de abandono.

Aún no sé si será julio, 
abril quizás,
el mes más triste.

©Santiago Pérez Merlo

Te podría decir

Si no fuera porque temo asustarte
podría incluso decirte que te quiero.
Pero creo que es mejor
que te lo explique antes:
también quiero a mi perro,
a mi equipo de fútbol;
por supuesto, a mi hija,
a mis padres, mis amigos...
En cierto modo creo
que también quiero mucho
a algunos familiares más lejanos,
a algunos conocidos,
a la casa en el campo,
quizás incluso al coche.

Así que no te asustes:
no te quiero en el modo vulgar
de los amantes nuevos
y no quiero bajarte
ni la luna
ni una sola estrella
(están todas hermosas ahí arriba).

Es, cómo te diría, una especie
de te quiero por costumbre:
porque me he acostumbrado
a notar que estás aquí,
a mi lado, y que quiero
saberte a cada instante;
que me preocupa tu felicidad
y que me encanta provocar tu risa,
ser tu rincón de ausencias,
junto al techo,
cuando quieres estar sola.

Quizá nada de eso, además,
sea amor del que estás esperando.
Pero precisamente,
por todas esas cosas,
yo podría decirte que te quiero.

©Santiago Pérez Merlo

Fuera de mí

Me observo desde fuera, la pluma 
suspendida 
sobre el papel en blanco, la mirada 
flotando 
en algún punto 
entre la luna y tu perfume. 
Y pienso: sí, soy yo. 
Me contemplo de la mano 
de mi hija, mirándola crecer 
y concentrado 
en protegerla 
sin ahogarla. 
Y digo: sí, soy yo. 
Me veo junto a ti, 
abrazándote fuerte, 
como un niño aferrado 
a la madre el primer día 
de colegio, 
con angustia presentida 
de la ausencia. 
Y dudo, ¿seré yo? 

©Santiago Pérez Merlo

Arte

Quiero tus pesadillas,
las palabras que tachas
los versos que desechas
y no enseñas a nadie.
Lo que escribes y casi ni tú entiendes
en mitad de la noche.
Quiero también los lienzos
que destrozas a punto de acabarse
porque no te convence la espuma de una ola,
la curva de la espalda.
Quiero las partituras que no fueron tocadas.
Todo lo que no muestras
a nadie.
Guárdalo para mí.
Es mi tesoro.

©Santiago Pérez Merlo


"Alegoría del arte", Sebastiano Ricci

Voyeur

Por ese diminuto agujero que has abierto
en tu vida -aún no sé muy bien dónde-,
te contemplo dormir.
Y te veo también en tu quehacer diario:
levantas a los niños, conduces, entras
en el trabajo y ordenas tus papeles
y te ríes, bostezas y respondes mensajes
y llamadas y hablas en idiomas que no entiendo.
Y te observo leer pero no se distingue
el título del libro
y preparar la cena y bañar a los niños
-con el rostro, también, difuminado-.
Te veo desvestirte y aparto la mirada
con pudor y miro
ese pijama breve que te espera.
No has tenido
una mala jornada, me parece.
Y se apaga la luz, un día más.
Buenas noches, amor, hasta mañana.

©Santiago Pérez Merlo


"El falso espejo", René Magritte

Empirismo

¿Estás segura
de que es a mí a quien ves
cuando cierras los ojos?

Ciérralos, haz la prueba.
Porque si no soy yo
es muy probable
que no sea yo.

©Santiago Pérez Merlo

Salmo

Señor, ¿por qué
me has abandonado
precisamente aquí?
¿Por qué no me has dejado
en cualquier otra parte?
En una isla, por ejemplo,
aunque estuviera solo,
sin comida ni agua que beber…
o en mitad de la nada,
del desierto más cruel
y más caliente.
Tal vez en una cárcel,
rodeado de ratas y preso
de una atroz claustrofobia…
incluso al borde del cadalso,
viendo cómo el verdugo
asegura la soga...

Pero no aquí,
no ahora:
no en mitad del poema

que no he escrito.

©Santiago Pérez Merlo

Interiores

Ahí afuera,
ha vuelto a salir el sol
y parece que las cosas
volvieran a su ser,
que prevalece de nuevo
el orden natural del universo.
Es ya casi verano,
la tarde se consume larga y lenta
hacia el ocaso templado,
los niños ríen en la piscina
recién inaugurada
y una felicidad como de teleserie
pareciera imponerse
sobre la destemplanza
de días anteriores.
Está bien, así ha de ser...

Ahí afuera.

©Santiago Pérez Merlo

La estantería

Hay una estantería nueva
-impoluta chapa mala símil fresno-
que adorna tu salón y aguarda
con seis bocas sedientas, desdentadas
que le echen de comer poetas,
tal como habías prometido.

Vayan allá los poetas muertos
hace doscientos años y los recién nacidos,
devora con fruición las mil generaciones precedentes
y los novísimos hijos del siglo veintiuno.
Todos huelen a rancio: a pis de viejo muerto
o a calostro podrido de su puta madre.

Sea vuestro ataúd y vuestro mausoleo
la nueva estantería y pereced ahí
sin que nadie se acerque a dejar una flor
o a rozar vuestros lomos con dedos temblorosos
y reverenciales. Que nadie limpie jamás
el polvo que os carcome las costuras.

Todos, todos vosotros, malditos,
benditos hijos de mil perras bastardas
sois mejores que yo.
Y no lo aguanto.

©Santiago Pérez Merlo

Ceniciento

Cuando dieron las doce
y se rompió el hechizo,
yo volví a ser poeta.
Porque el hada madrina,
la muy puta,

ya había repartido los mejores papeles.

©Santiago Pérez Merlo

Plaza de Oriente

Están cerrando los cafés; los camareros
encadenan las sillas a los veladores
y echan las persianas con ruido familiar.
La plaza es ya ese bosque de estatuas y penumbra.
Tu mirada se pierde detrás de la suya,
que sobrepasa el muro del palacio
y busca la luna
                        menguante.
Te mueres de deseo por cogerle la mano
y dejar que se eternice
el cómplice silencio que acaba de instalarse,
roto sólo por los pasos sobre la gravilla
y por alguna risa sofocada, adolescente,
que llega desde uno de los bancos escondidos.
Pero en lugar de eso, te metes una mano en el bolsillo,
con la otra sostienes un salvador cigarro

y no paras de parlotear.

©Santiago Pérez Merlo

O no tan fingidor...

No escribiría que no existe el paraíso
si creyera 
que hay un dios esperando
el día del juicio.
No gritaría las cosas que detesto 
si no las detestara.
No cantaría tu cuerpo de mujer 
si me gustara un hombre.

Lo que sí puedo hacer 
es no llevar banderas 
ni ponerme el disfraz de hombre respetable;
y no decir tu nombre, 
ni pregonar
uno por uno 
tus lunares 
o esa diminuta cicatriz 
que te hace inconfundible.

Pero que no lo diga,
no lo convierte en falso.

©Santiago Pérez Merlo

Sonámbulo

Camino de puntillas
por el pasillo a oscuras
y me asomo a mi propio dormitorio
y te contemplo así,
desnuda y extendida
con esa desnudez que vive en los pinceles
de todos los pintores y con esa
respiración tranquila
que habita todas las melodías.
Y me tumbo a tu lado
y te beso despacio en los labios, allí
donde se acaba el mundo
y empieza el infinito
y me duermo de nuevo dejando
que me acaricie el sueño.
Y me despierto

solo.

©Santiago Pérez Merlo

A este lado del tiempo

Tú tienes otra vez doce o catorce años
y nada de tu vida anterior
ha sucedido.
Todo se lo ha llevado mi discurso
sereno de reloj de arena
que volteo a mi antojo y con el que dirijo
el tiempo de los hombres.
En mi lado del tiempo no sólo puedes ir
de atrás hacia adelante.
Yo he parado los días y los siglos
para que tú renazcas y te inventes de nuevo
la vida que tú quieras.
Te doy el privilegio de empezar desde hoy,
pero sabiendo todo lo que ya sabías.


Sólo una condición: tendremos que vivir
en este lado –el mío-
del tiempo.

©Santiago Pérez Merlo

Viento

Quiero ser de viento y soplo
con todas mis fuerzas
y apenas si arranco briznas
del diente de león o si apago una vela.
Y soplo hasta ponerme azul
y sentir la sutil embriaguez del carbono
para llevarme en brazos de aire
la calima que te vuelve borrosa.
Y soplo, soplo, soplo
para arrancar de cuajo la rama que te ata
y que parece frágil
pero es joven y fuerte y te sujeta
firme incluso cuando tú
quieres volar.
Y siento que es absurdo
el esfuerzo, que quizá sea suficiente
un ligero soplido,
apenas el susurro que mece
la pequeña hoja y la hace caer.
O volar.

©Santiago Pérez Merlo

La cara oculta

El código postal equivocado adrede;
la silueta que se intuye recortada
en la foto que me muestras;
esa cifra que falta –diría que es un tres-
en el número de teléfono
anotado con prisa en una servilleta;
la fecha, la foto, el apellido
borrosos en la fotocopia
de tu pasaporte; la línea
que no sabes si cruzar
y te retiene en el umbral;
la tinta que falta en el bolígrafo olvidado
y la hoja arrancada
-la que escribió esa tinta-
en la libreta a medio utilizar.


©Santiago Pérez Merlo

Fumar mata

Me tendió a medio gastar
la cajetilla y  dijo “quédatelo;
de donde vengo
es más barato y adonde voy
ya no los necesito”.
Yo no supe si sentirme
el príncipe o el mendigo,
pero acepté el regalo
y los fumé despacio,
temiendo que en alguno
de aquellos cigarrillos se escondiera
la muerte
o quizás una promesa
de la felicidad más absoluta.
Y yo ya no estuviera para verlo.

©Santiago Pérez Merlo

Desde la sombra

Lo mejor del calor es esta luz,
esa especie de neblina
que sube del asfalto
y difumina los contornos,
que convierte a los vivos
en fantasmas apenas distintos
de los muertos que dejamos atrás
-amores, vacaciones, fiestas,
campamentos y juegos infantiles-

verano tras verano

©Santiago Pérez Merlo

Visión del descampado

Una obviedad: se secan
y marchitan en verano
las flores, las buenas y las malas
hierbas
que florecían ayer, en primavera.
Adiós al verde y rojo
de las amapolas
y al amarillo y blanco y al morado
y al naranja de las margaritas.
Todo es pálido ya,
ocre, pajizo
y seco. Pero cuidado:
es ahora,
en la decrepitud,
cuando brota el incendio.

©Santiago Pérez Merlo

El autocar

Empieza su viaje y es todo sordidez: la estación,
por moderna que sea,
el equipaje amontonado en las tripas...
Ni el romanticismo de los trenes
ni el glamour del aeropuerto
o del barco que abandona el puerto
con el rugido ronco de la bocina.
Lo ves partir, abandonar la plataforma que huele
a gasoil, a aceite de motor y a rueda
y no eres capaz de imaginar
un destino feliz.
Y sin embargo, viajas a tu infancia,
a aquellos nombres míticos
-la viajera, la pava, La Sepulvedana-
que suenan a verano de pueblo,
y huelen a mostillo y a nuégados
y a rosquillas y a flan chino el mandarín.
Recuerdas un viaje interminable
y el olor inconfundible del asiento y las piernas dormidas.
Incluso algún cigarrillo en las últimas filas
cuando aún se fumaba en todas partes
(no me miren así, que no hace tanto).
Y la parada inexcusable en La Purísima,
en la mitad exacta de un camino
que ahora se recorre en hora y media apenas
y entonces parecía un viaje tan largo

como este túnel del tiempo.

©Santiago Pérez Merlo

Insomne

Cierro los ojos e intento dirigirlos
hacia ese punto negro que imagino
para llamar al sueño
tal como me explicaron que era el modo correcto
de vencer al insomnio.
No basta con la oscuridad
de fuera. Hay que intentar
llevar también la mente hacia lo oscuro.
Pero no a los rincones marengos
que a menudo salpican la vigilia
ni a las lóbregas cuevas que socavan
la conciencia adormecida; no:
ha de ser un negro puro,
ni siquiera la nada
(porque la nada es blanca).
Sólo negro.
 ...

Es inútil. Siempre hay
una luz. Más o menos
brillante. Apenas una vela
oscilante algunas veces
o un potente faro
que barre las esquinas de la almohada
donde tú, barco zarandeado  
perdido a la deriva,
no sirves ni para sucumbir
hundido.

©Santiago Pérez Merlo

El jardinero

Seccionar en oblicuo
una idea,
un verso,
una palabra
escogidos al azar
y juntarlos sobre tierra mojada
-importante el sustrato-
con los otros esquejes
que has ido acumulando a lo largo del tiempo.

Esperar el milagro de la osmosis
y conseguir así
inventar una especie, una corola
nunca vista o unas hojas
de color imposible,
y dejarla crecer y trasplantarla
de su pequeña maceta
a la intemperie del jardín
-nada de invernaderos, por favor-.

Y esquejarla de nuevo,
repetir el proceso ad infinitum
e ir sembrando las semillas nuevas,
regalando las flores y limpiando
con ternura las hojas más recientes
y dejando morir
y caer
y pudrirse
-más sustrato, alimento-
las que mueran de muerte natural.

©Santiago Pérez Merlo