Nunca me hizo falta nadie
ni nada para -de alguna manera-
ser feliz.
Por supuesto he disfrutado
de tu compañía:
me proporcionaba calma,
como una caricia el tacto a veces,
un leve mareo si pasaba tiempo,
un peculiar sabor de boca tras tu roce…
Y, sin embargo,
también la esclavitud,
la angustia por la falta
de ti, de tu mera presencia
a mi lado.
Y el daño invisible
carcomiendo lentamente
lo más hondo del pecho.
Es momento de decir adiós:
ayer fumé mi último cigarro.