Mamá

Necesito que me hagan un favor.
Imagen de Bansky
No lo digo por mí. Es para
ella. Explíquenle
a mi madre
que donde ella lee desasosiego
debe leer “actividad mental";
que donde pone hastío
es el placer de aburrirme
a lo que me refiero;
que donde digo soledad
-carencia voluntaria de compañía-
invoco a la libertad
en las más cierta de sus acepciones.
Explíquenle, además, que la tristeza
es sólo una figura literaria
y la melancolía se asemeja
mucho más a la prosopopeya
que a un estado de ánimo real.
Díganle que los suicidios,
las esperanzas tristes disfrazadas de puta
y los hijos de esas putas, el envejecimiento
prematuro, los fantasmas
de los sueños y de las pesadillas
tan sólo son ardides,
prestidigitaciones.
Señálenle que no hay
oscuridad sin luz
ni identificaríamos las aflicciones
si no tuviéramos las alegrías…

Por favor. Explíquenselo todo.
No lo digo por mí. Es para
ella. Es duro muchas veces
ser madre de un poeta.

©Santiago Pérez Merlo

Resaca

Es como vomitar al día siguiente.
La náusea incontenible,
el dolor de cabeza y ya sabes
que tienes que expulsarlo, que no aguantas
tanto veneno dentro.
Y salen con la bilis
las mezclas imposibles,
las muchas tonterías que dijiste,
lo no dicho también
-olvidado o escondido en el único pliegue
lúcido del cerebro-.
Después,
el mal sabor de boca, no volverá a ocurrir,
¿haría bien anoche en dar (o no) ese beso?.
Quince, veinte minutos malos
después de tantas horas
acumulando en tu interior
todo eso que ahora
                sale sin más,
tal vez
     una pequeña ayuda
                      de los dedos
rascando el interior de la garganta.


Y luego vomitar: escribir
el poema.

©Santiago Pérez Merlo

Esperanza

Tiene la edad indefinida y los andares
de quien ha sido castigada, de las mujeres
de existencia difusa que tragaron
con más de un bofetón, pocas caricias
y demasiado alcohol.
Nadie podría decir que es una dama
vista así y conserva sin embargo
una cierta dignidad que nace
muy abajo. No es guapa
pero no puede decirse que sea fea.
Digamos que le falta –o que le sobra-
maquillaje y que su ropa,
imposible combinación de mil armarios
es un collage de buenas prendas
que perdieron su apresto
hace ya muchos años.
Arrastra o empuja alternativamente
un viejo carro de supermercado en el que viajan
pertenencias de otros tiempos y otras manos
y que ella atesora para guardar memoria
de sí misma y de aquellos
a quienes conoció y que ahora se han visto reducidos
a una vieja muñeca, un reloj sin agujas,
unas cajas oxidadas de latón que a saber lo que guardan,
unos libros usados, postales de pinturas
que cuelgan en museos ostentosos,
mantas frías desechadas por hoteles de lujo,
unas cuantas botellas ya vacías…

Al cruzarse contigo,
guiña un ojo y a la vez
te tira un beso
más tierno que procaz,
más “¡auxilio!” que provocación,
con cierta y entrañable picardía.

Tu sonrisa se ensancha
en una mueca triste:
es ella. Es ella quien te guiña
y quien te tira un beso
cargado de miseria,
pero un beso al fin y al cabo:
es la vida.

©Santiago Pérez Merlo

Blanco y negro

En el fondo, en la guerra,
por mucho análisis geopolítico que hagamos,
necesitamos que haya
un bando malo y uno bueno.
Necesitamos de las oposiciones,
del juego de contrarios,
del mismo modo que para reconocernos
precisamos de la imagen del espejo:
No podemos mirarnos a la cara,
sólo podemos ver nuestro reflejo,
el que alza su mano derecha
si levantamos la izquierda.

Así también pelean los espectros,
así luchan cada día
que parecen tocarse con los dedos
los sueños contra las pesadillas...
Para que, al final, 

alcancen la victoria los fantasmas.

©Santiago P. Merlo

El suicida

Como quien no ha perdido la costumbre 
de pasear al perro cada noche 
aunque éste haya muerto y cada noche 
pasea por costumbre el descampado 
-un último cigarro, bufanda, vista al suelo- 
y se detiene 
                    de tanto en tanto
                                                 entre los matorrales.

Como quien todavía, después de tantos años, 
da una vuelta completa al dormitorio y entra 
por el lado contrario al de la puerta 
en la cama vacía. 

Como quien alimenta su rutina 
desde que se levanta 
-leche templada, un par de magdalenas,  
café solo después, el primer cigarrillo- 
hasta la cena 
-un poco de ensalada, algo de fruta- 
delante de la tele sin sonido. 

Como quien ha aprendido de la vida 
que la vida podría ser mejor… 
en otra vida. 

©Santiago Pérez Merlo

Como un reloj de arena

Como un reloj de arena en el espacio, lejos
de leyes de la gravedad y de atracciones
se balancea mi tiempo grano a grano
de ida y vuelta al pasado que fue
y al futuro que ignora
qué seremos.
Pasa de un lado
al
otro lado y vuelve.
Se repite en el futuro
la memoria de la felicidad
vivida hace ya muchos años:
lejos de la melancolía  y la nostalgia
es la enseñanza fiel para ser -eso soy-
el hijo de quién fui y el padre primerizo
del niño aún en pañales que seré mañana.


©Santiago Pérez Merlo

Calendas

Prefiero 
los amores de febrero a los de abril
y los idus de julio a los de marzo.
Prefiero los estíos al invierno
y me son indiferentes otoño y primavera 
con sus indecisiones 
porque bastante tengo con las tuyas.
Y prefiero los años no bisiestos
porque aunque tenga un día menos para amarte
tengo también
una jornada menos para odiarte.
Por décadas, prefiero
los noventa del veinte de pasión 
a la melancolía ñoña de la infancia 
y ésta de los diez del veintiuno a la primera, 
salvo el segundo lustro,
que trajo el nombre propio más feliz de mi vida.

©Santiago Pérez Merlo

Écfrasis para Aitana


      "Busqué mucho tiempo por los caminos
       Hay tantos ojos cerrados al borde de los caminos
       El viento hace llorar los sauzales
      Abre abre abre abre abre"
      (Fragmento del poema “Rotsoge” de Guillaume Apollinaire, dedicado a Marc Chagall".

Hay un sol amarillo sobre un cielo azul
y un violoncelo:
Se ven desde una puerta
que se abre
                   a la felicidad, 

según la autora.

El viento es una mujer
mecida por el viento
violeta
semidesnuda.

No sabemos
si lloran los sauces
porque están allá abajo,
al borde del camino
que serpea y se pierde
por no sabemos dónde
y desemboca
en tus ojos cerrados
que sueñan
al final del camino.

En tus ojos cerrados que sueñan
un sol, un cielo azul y un violonchelo:
la felicidad.

©Santiago Pérez Merlo

El oficio de escribir

He soñado que estabas escribiendo
y yo llegaba por detrás y te abrazaba.
Y ponía mis manos en las tuyas.
Y escribíamos los dos y resultaba
un poema mejor.

He soñado también que era yo quien escribía
y llegabas por detrás y me abrazabas.
Y ponías tus manos en las mías.
Y escribíamos los dos y resultaban
también mejores versos.

Y después he soñado
que ninguno de los dos escribía.
Pero uno llegaba por detrás
y el otro le abrazaba y se juntaban
las manos y los cuerpos.

Y escribíamos así
el poema perfecto.

©Santiago Pérez Merlo

Paradoja

Es un contrasentido el afán del silencio 
en la poesía.
Se nos llenan los versos de estatuas, 
de muertos, de presencias mudas
y de paisajes yermos donde no se oiga 
ni soplar el viento.
Como mucho las olas, el rumor 
de las hojas, dunas que se desplacen 
susurrantes...
Y ahogamos el sonido. Despreciamos
las voces, los cláxones, los gritos
de los niños.
Los perros, que no ladren. Los gatos,
como si fueran de mármol
o de porcelana.
Algún pájaro, consienten.
Pero el poema es VOZ,
Es MÚSICA, es PALABRA...
sonidos.
Y a veces, por qué no, el poema 
tiene que dejar sordo,
te tiene que gritar en el oído 
y sacudirte.
A veces, 
tanto silencio
es ruido.

©Santiago Pérez Merlo

El hijo

No concibo peor dolor -lo siento
por mis padres, mis amigos...-
que ver morir a un hijo sin que llegue a crecer.
Y usted habla de ello, de que se está curando
poco a poco la pena, que la culpa es peor
porque una madre
siempre es culpable de todo.
Culpable sobre todo de traernos al mundo y arrojarnos
al camino no siempre largo de la muerte.
Usted sólo suspira -hace ya algunos años-
y visita al psicólogo y escribe
en un cuaderno de tapas amarillas:
la vida, sus ojos azules, la luz,
la oscuridad, un salto en el vacío,
muerte.
Fantasmas de los de verdad
(no es una puta metáfora), de los que no
se marchan nunca ni nos dejan vivir.
...
La admiro, usted lo sabe.
Y es absurdo pero me revienta
esta falsa empatía:
por mucho que quisiera, no puedo
ponerme en su lugar. Es demasiado grande
para mí su sitio...
Intente
descansar del recuerdo: no culparse,
trate de no sentir
lo mismo a todas horas.
(¿Qué mierda de consejo voy a darle?)
El mejor homenaje a los muertos
seguramente es
seguir viviendo.

©Santiago Pérez Merlo

Becqueriana

Detalle del retrato de Gustavo Adolfo
Bécquer realizado por su hermano Valeriano. 
Aprendí bastante joven
la macabra tradición
de entregar a los deudos
llaves del ataúd donde reposa
un ser querido
para que sea custodio de sus huesos.

Yo te entrego mi llave,
pero no guarda restos ni despojos:
es la llave del cofre donde guardo
las preguntas que nunca nos hicimos.
Guárdala en lugar seguro, aunque su utilidad
es relativa
porque tienen alma propia
las preguntas
y se escapan cuando quieren
como ánimas en pena,
como notas del órgano que suena
en la iglesia vacía.

Pero salen y regresan
como aquellas oscuras golondrinas,
como palabras de amor en tus oídos,
tupidas madreselvas,
hojas secas en otoño
y rayos de luna
que en la noche te envuelven.

Una entre todas ellas las lidera, siendo
quizá la más inofensiva:
"Dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿sabes tú adónde va?"

©Santiago Pérez Merlo

Logos

Como Heráclito llevado al paroxismo
ordenas "Mójate,
báñate hoy de mí
porque desapareceré,
no seré ya la misma de ahora mismo;
mis besos de mañana
no serán los de hoy,
porque en los mismos ríos
entramos y no entramos
pues somos
                  y no somos los mismos".

Y te miro y comprendo
cuánta verdad encierras
-cuánto miedo también-:
el riachuelo que fluye
entre tus piernas y la sangre
que a mí se me amontona
son de hoy, de ahora mismo...
Es ahora o nunca el incendio.

Pero se me ha hecho tarde
para filosofías.

©Santiago Pérez Merlo

Recuerdo

No cabe tu recuerdo en mis olvidos
Porque olvidar es dejar
de tener en la memoria
o dejar de tener en el afecto.
Se recuerda y se olvida
lo pasado, las afrentas,
los rostros que asociamos
a sus nombres y los nombres
a los que no somos capaces
de ponerle rostro.
Se olvida y se recuerda
alguna fecha, la cita
del poeta favorito
y el título del libro
que nos recomendaron…

Lo que no se recuerda,
no se olvida después
porque no existe.
O existe para siempre
y tampoco, en ese caso,
es un recuerdo.

©Santiago Pérez Merlo

Sin reflejos

Yo esta noche debería haber dicho
quédate, quédate
por que es lo que quieres,
sin amenazas
de no volver a vernos.
Porque quizá sea cierto
y no volvamos a vernos
pero pierde glamour el olvido
cuando es anunciado.

Debería, estoy seguro,
haber cogido, no tan virgo, la rosa
en lugar de esperar
jardines en el aire...
Pero me hago mayor
y pierdo los reflejos.
O tal vez estoy cansado
-cosas también de la edad, seguramente-
de que intenten ponerme condiciones.

©Santiago Pérez Merlo

Maldita lluvia

Qué absurdamente fácil es escribir poemas
cuando llueve
y cientos de poetas inundan (inundamos) 
cuadernos, discos duros, servilletas, 
con millones de versos
como gotas de lluvia.
Melancolía, nostalgia,
algunas humedades
y vuelta a la nostalgia.
Los más osados saltan en los charcos
y salen a la calle sin paraguas
como hacían de niños.
Los clásicos contemplan
esa monotonía
de lluvia en los cristales
y recuerdan no se qué chaparrón 
como si esa lluvia 
lloviera sólo para ellos.
Incluso la tormenta de Brassens
empapa de tristeza...

Pues sepan que la lluvia es un coñazo,
que se hace muy difícil
circular con un coche o pasear
entre viejas que no saben
manejar un paraguas.
Que si estás obligado a salir
-a pasear al perro, pobrecito,
a comprar cualquier cosa,
que algo habrá que cenar-,
vuelves con los pies mojados,
quizás también el pelo,
todo tú si pensaste
que no era para tanto;
al borde del resfriado
casi siempre y contento sólo a medias
porque tenían tu cerveza favorita
en el ultramarinos (¿quedan de esos?).
Pero en casa no te espera
mamá con la toalla y ropa seca
-ay dios mío, si vienes empapado-
y…
y ¡mierda!, la nostalgia.

©Santiago Pérez Merlo

Vicioso

Recuerda aquella vez
que dejaste de fumar
y en tus sueños
todas las mujeres te pedían fuego
a la puerta de los bares.
Y tú fumabas sin parar
un pitillo tras otro
porque tu subconsciente
no entiende de enfisemas.
Al despertar, no obstante, no buscabas
desesperadamente tu tabaco.
Tú eres fuerte y sabes
mantenerte saludable.

Yo, esta noche, he soñado contigo
y ya ves, me he levantado
como si tal cosa,
sin desearte más ni menos que ayer
y sin buscarte
al otro lado de la cama.

Lo que sí he hecho,
nada más levantarme,
es fumarme un cigarro.

©Santiago Pérez Merlo

Sin acritud

No entiendo tus reproches. Te lo digo
completamente en serio.
Si yo no fuera así, si yo no hubiera sido
ese tipo aburrido y falto de pasión,
ese señor que prefiere una tarde
de cine o de sofá que irse por ahí
a recorrer el mundo...
El hombre insustancial, poco impulsivo,
que te regala flores por San Valentín
aunque no sea febrero y que escribe
poemas de amor porque no sabe
decir “te quiero” todas las mañanas...
Si no me hubiera preocupado tanto
por tanta nimiedad como a veces sufrías
(qué se yo: aquella gripe larga, aquel
grano enquistado no sé dónde)…

Errol Flynn como Robin Hood
No entiendo los reproches -te decía-
porque si yo no hubiera sido
ese ser despreciable, al que detestas,
jamás habrías conocido a ese otro tipo:
ese que duerme contigo y que te llena
de felicidad las noches y los días…

Y sería una pena porque me cae bien.
Te lo digo completamente en serio.
Es un tipo admirable... y un valiente.
Si por algo le admiro es por eso:
es un hombre valiente. Muy valiente.

©Santiago Pérez Merlo

Demonios

Nos sucede periódicamente.
Póster de "La semilla del diablo"
Sólo nos convendría estar atentos,
ser capaces de prever
cuándo va a repetirse,
cuándo te golpeará de nuevo
el deseo terrible y desasosegante
de terminar con todo.
Ese que te hace dudar
si realmente son ganas lo que tienes
de matar a tu marido y a tus hijos,
o de cortarte tú las venas
que te atan a ellos.
Ese impulso demente
de salir a la calle
con una metralleta
y armar una masacre.
La rabia acumulada que a veces
se desata por una nimiedad,
algo imbécil como el aleteo
de alguna puta mariposa
en el culo del mundo.

Pero la furia pasa.
Con la misma imprevisión
con la que había llegado
y te ríes de ti mismo,
-¿cómo eres capaz de pensar
esas barbaridades?-.
Y respiras,
quizás enciendes un cigarro
o escribes un poema...
Y guardas con cuidado
tu cuchillo
en el primer cajón de la mesilla.

©Santiago Pérez Merlo