Barbecho

Hay un olor de invierno en este otoño
que trajo de golpe el frío:
a mí, que vengo del verano
perpetuo de la isla de tu cuerpo,
se me ha metido el hielo en las entrañas. 

Salgo al balcón, desnudo,
y me empapo del aire y de la lluvia. 
Quiero en mí todo el escalofrío 
para que luego tu calor encuentre
el terreno baldío de mi cuerpo
y lo riegue con el sol de tus abrazos.

Noche

     “Lo más profundo es la piel.”
            (Paul Valery)


La calle no está oscura: 
es completamente negra, no 
se ve ni una farola, ni
un cartel comercial,
ningún televisor insomne parpadea.
Por supuesto, no hay luna 
y no se aprecia el brillo 
de ninguna estrella, nada. 

Y, sin embargo, sabes
perfectamente a dónde vas.
No tienes miedo. 
Aún a ciegas, sabes encontrarla. 

Por ti

De tanto repetirme,
me canso de mí mismo:
me canso de leerme, de escribir…
me canso de mirarme en el espejo.
Me aburro soberanamente
de estar conmigo mismo todo el tiempo. 
Cierro los ojos y sueño
que ya no soy más yo,
que soy -por poner un ejemplo-
un payaso, un deportista,
un perrito faldero o un gato de la calle,
una estrella de mar…
Pienso a veces cuál sería 
mi vida sin mí. 
Pero caigo en la cuenta: 
tal vez, si yo no fuera yo, 
tú no existirías como yo te creo. 
Y no puedo soportar ese castigo. 

Otro otoño

Saltan, haciendo honor a su naturaleza,
aquí y allá los saltamontes.
Aletean, al aún tibio sol de la mañana,
las últimas mariposas,
las avispas y las moscas rezagadas,
engañadas en el mediodía,
por los últimos calores del otoño.
Un otoño que va imponiendo sus ocres, 
su amarillear de hojas 
en las copas de mi roble…
en el que yo sólo veo
tu cabellera rubia allá arriba:
altos ambos con la fuerza 
de la vida que me ofrece
el sonido de tu voz 
en el trino de las aves. 

El otoño -ya lo sabíamos-
es el tiempo para la añoranza. 

Tiempos

Está bien soñar con el futuro,
pero hay que cuidar el presente.
El pasado -lo dijimos- 
siempre existe: pesa o alivia
los pasos de hoy; 
pero no vuelve: incluso 
engaña el recuerdo a lo vivido. 
Se fue. Y eso es lo importante.
Lo dicho, lo no dicho.
Lo prometido que llega 
y lo que no. 
El verbo que cambia su conjugación 
porque nosotros no somos palabras.
¿Y mañana? 
Sueños, deseos, anhelos, pesadillas,
catástrofes inventadas,
profecías que no siempre se cumplen. 
“Te escribiré, te llamaré mañana,
vendré a verte”… el futuro no existe:
debería escribirse en condicional. 

Y el amor,
el amor que no entiende 
-o no debería-
de tiempos verbales ni de calendarios.