Otro día

Son largas, muy largas
las mañanas como amaneceres
en un día nublado.
Las tardes son largas
como crepúsculos en el mar
de la tranquilidad.
Pero las noches, 

las noches son eternas.

©Santiago Pérez Merlo

Despertador(a)

No temas llamarme
a medianoche
o a la hora de la siesta:
me encanta cuando un sueño 

me trastoca el sueño.

©Santiago Pérez Merlo
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Paliativos

Sobreviene con la súplica, la náusea.
Con la nostalgia
                         irracional
reaparece la miopía
y me veo de nuevo
borroso en el espejo
de los sueños de mañana.
Los tirones de la manga del abrigo
se convierten en artrosis;
el recuerdo es migraña
de sí mismo.
Extrañarte es el dolor.

Y es el remedio.

©Santiago Pérez Merlo
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"Después soñé que soñaba"

Creía que era algo que no era.
Soñé que era una cometa y que podía
volar,
ser sostenido sólo
por la mano de una niña.
Pensaba que era un árbol y crecía
hacia el sol y hacia la tierra
simultáneamente.
Otras veces intenté
dibujar con el pincel del sueño
los contornos de todo
cuanto me rodeaba.
Pero sólo aparecían garabatos
y el árbol no dio nunca fruto
y en mi calle 

no sopla nunca el viento suficiente.

©Santiago Pérez Merlo

Gulliver

El pobre cerrajero de las manos cansadas,
que aprendió a echar cerrojos
en todas las estancias
está parado ahora ante una casa grande, 

enorme, llena de habitaciones
y no encuentra la puerta principal.

El perdido Gulliver,
que no sabía nunca dónde estaba,
se empeñó en hacerse más pequeño
cuando llegó al país de los enanos:
y desapareció de la faz de la tierra.
Se metió por el ojo de una cerradura
de una casa inmensa
que no tenía estancias
y no pudo salir.
Esperaba inútilmente a un cerrajero
que había perdido, hace ya mucho tiempo,

las llaves de la vida.

©Santiago Pérez Merlo
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Cuéntame

No dudo del perfume de la rosa
ni del color morado de las lilas.
No desconfío de los alacranes
ni creo errante el vuelo
de mirlos y vencejos.
No ahuyento a los fantasmas a escobazos
ni le abro la cama a las pesadillas.
No me adormezco con drogas ajenas
ni me despiertan los gallos capones
de los amaneceres del infierno.
No me fío de los siete enanitos con sus picos
ni de los príncipes que prueban zapatos.
No dudo de tu amor,
ni me baño en tus lágrimas
si tú no me lo pides.
Pero el mundo es un cuento más bonito

cuando tú me lo cuentas.

©Santiago Pérez Merlo

Y si...

Y maldigo y acallo, censuro
a mis sueños y me digo
que no vas a venir,
que es imposible,
que hace tan poco tiempo
y hay tanto por hacer,
tanto por deshacer,
por acunar pinceles
y cincelar poemas y ordenar
el desorden cotidiano,
que no te va a dar tiempo,
que es pronto aún mañana
si casi no ha acabado ayer...
Todo eso me digo
como una letanía
pero al fondo alguien más
poderoso que yo
no para de gritarme 

"¿Y si...?"

©Santiago Pérez Merlo

Turismo

Caminar sin rumbo fijo:
desde el sol hasta las nubes y volver
por el camino en sombra,
debajo de las olas del mar y de la mano
de sirenas y tritones.
Encaramarse luego a las terrazas
sobre deltas y estuarios
en un hotel de una gran ciudad
-por ejemplo, la nuestra-.
Y dejarse mecer, al final de la jornada,
por el tenue latido
de un pecho apaciguado.
Ahí, donde termina, comenzaba 

el viaje.

©Santiago Pérez Merlo

El árbol

Tú trepas hacia arriba, te elevas,
floreces y te multiplicas, das sombra,
cobijas ardillas y pájaros carpinteros,
arrojas los frutos
maduros y esparces gramíneas
que se lleva el viento,
sembrando la simiente de ti
por donde vuelas.


Y yo mientras me pierdo en el subsuelo,
excavo, busco alimento cada vez
más adentro, hundo raíces
que me aferren a la tierra y te sustenten
y proceso la luz que me traes.

Ambos nos necesitamos.

©Santiago Pérez Merlo

Facebook

Lo llamaron aldea global
y hay una dueña
que espía tras los visillos.
Y hay vecinos que riñen por las lindes
(o por una coplilla
que nunca cantaron).
Y hay niños que juegan juntos hoy
y mañana discuten de quién es la pelota.
Y hay una señora que va a misa
y un paisano que dice que es ateo
y se santigua.
Y hay un cura seglar y una monja borracha.
Y un pastor sin rebaño
y muchas cabras locas.
Y hay un señor que pinta
allá en el prado
y otro que hace fotos, siempre iguales,
a las nubes.
Y hay un loco que ríe y que bosteza.
La llamaron global 

y sólo era otra aldea.

©Santiago Pérez Merlo

La cometa

Con los hilos invisibles del aire
que sostienen mis manos,
sin precisar sedal,
veo volar la cometa que se aleja y regresa
haciendo cabriolas en el aire.
Por supuesto la cometa
también es invisible
y la gente susurra murmurando
"pobre loco",
un místico tal vez que mira al cielo
con las manos alzadas.
De pronto, una niña se acerca,
me tira de la manga y me dice al oído
"La veo, no la sueltes:

yo soy esa cometa".

©Santiago Pérez Merlo

Edicto

Desde hoy en adelante,
PERSÍGASE Y DESE MUERTE
si opusieran resistencia:
A poetas y trovadores
(incluso a los aprendices).
A mariposas, abejas,
golondrinas y vencejos,
hadas, duendes, gnomos, brujas,
unicornios plateados
y celestes
(perdonamos a los negros).
A las nubes pasajeras,
a los rayos de sol sobre los bancos,
a la luna en cualquier fase.


Asimismo SE PROHÍBE
hacer música, pintar,
jugar a las cuatro esquinas
y brincar, hacer reír, llorar
sigue permitido.


Que toda la población
colabore en la tarea.
La limpieza es necesaria.

Y mientras sigan haciendo 

vida normal.

©Santiago Pérez Merlo

El secreto

Estoy triste, muy triste.
Y contento, estoy contento.
Hoy tuve un día horrible: todo
me salió mal y, al mismo tiempo,
era un día perfecto
porque entraron las cosas que importan.
Hoy vi brillar al sol, esconderse
entre nubes
y escoltar a la luna
hacia su portal de estrellas.
Después no se vio nada.
Hoy estuve en la selva,
en las dunas y escalé
por paredes de hielo
y bajé por torrentes de espuma...
no salí de mi casa.
La mitad de las cosas que he dicho
claramente son mentira.

Y la otra mitad es un secreto.

©Santiago Pérez Merlo

Otro poema

No escribo para hacerte naufragar
ni para que te pierdas
en ningún laberinto
ni para que se quemen
tus alas ni se rompa
el hilo de Ariadna que te guía
sin amarras.
No escribo para que,
acabado el poema,
se te vayan los ojos al cielo
y te pierdas
en la infinita complejidad del cosmos.
Querría más bien
escribir y que el último verso
te cerrara los ojos y te hiciera
temblar

tal y como temblaste aquella noche.

©Santiago Pérez Merlo

El columpio

Sube cada vez más alto;
sus manitas se aferran
a las cuerdas
pero no tiene miedo: ríe,
se divierte volando en el vaivén
de la pequeña tabla.
Y su madre la mira
y sonríe también, contagiada
del aire que levanta con su vuelo.

Yo contemplo la escena
y pienso para mí
qué poco cuesta hacer feliz a un niño.
Ojalá yo pudiera
volar.


©Santiago Pérez Merlo

Ornitólogo

La escena es la siguiente:
hay una jaula; tiene
la puerta abierta pero dentro un canario
salta nervioso, aletea sin rumbo,
se acerca al comedero y rehuye el alpiste;
golpea su cabeza
contra el columpio viejo
y ataca los barrotes con el pico.
Su trino, apenas si es gorjeo.

Junto a la jaula, un gorrión observa,
emprende un corto vuelo
y retorna e invita
a que siga su ejemplo al canario indeciso
que se acerca temblando
a la puerta y regresa.

Un poco más abajo, una paloma
picotea migajas de carroña y realidad
sobre la acera sucia de barro del invierno.

Arriba, muy arriba, un punto suspendido,
más soñada que real,
un águila contempla Indiferente
la vida que transcurre
tan abajo que todo
pareciera estar muerto.

Y de pronto, suspenso.
Se ha detenido el tiempo entre las alas.


La jaula está vacía.

©Santiago Pérez Merlo

El cuaderno

Ayer escribía únicamente
de noche y no tenía cuaderno
ni bolígrafo ni pluma
con los que anotar
el rumor de la lluvia
en los cristales de mi cama.
Ahora es de día.
Y ya no llueve y los vidrios
se volvieron de sal y se derriten
al contacto de tu piel,

mi bloc de notas.

©Santiago Pérez Merlo

Amanece

Casi se puede oír el roce del sol
al desperezarse entre aquellas montañas.
Su lento despertar precede siempre
a los primeros trinos
y acompaña los pasos cruzados
de las criaturas del día y de la noche.
El vigía de los sueños permanece atento,
agazapado y quieto como un perro de caza,
alerta a la llegada de alguna pesadilla
que turbe tu dormir
para darle muerte y traerla en la boca
y posarla a tus pies y convertirla
en el sueño feliz que te acompañe
hasta el casi milagroso despertar
de un sábado de soles de invierno
en el que no hay tormentas,
se alejaron las nubes y el viento lastimoso
de ayer, antiguo como años de huracanes,
sea hoy sólo la paz 

de un nuevo amanecer, contigo.

©Santiago Pérez Merlo

Madrugar

Tomar café y fumar cigarrillos,
hojear algún libro de poemas,
y esperar a que el mundo
-a que tú, que eres el mundo-
se despierte, que comience
la vida.

©Santiago Pérez Merlo

Atocha

Una estación de tren, la noche.
El mundo suspendido ahí afuera:
las persianas bajadas, tan sólo
alguna luz
-insomnes o poetas... o ambas cosas-
puntea las fachadas; no hay
apenas coches.
Y aquí dentro -bostezos,
caras largas, sonrisas, niños
que corretean y otros que dormitan-
la vida
esperando, seguramente en vano,

marchar entre raíles.

©Santiago Pérez Merlo

Hogar

Esta casa era mía incluso antes
de que tú la habitaras.
Este pasillo, este salón y esas habitaciones
me han visto deambular
por las noches, tratando de guardarme
muy hondos los recuerdos,
los aromas, las paredes vacías
que has ido llenando con tus luces.
Y ahora sin embargo
la siento como extraña,
como el día que vuelves de un largo viaje
y aún dudas a qué lado del baño está la luz
y dónde la mesita
con la que indefectiblemente
vuelves a tropezar.
Ahora me sobresalta
el ruido de unas llaves,
el ascensor que sube,
el portero que llama y me saluda
como al extraño que soy.
Y hay un gato ahora
y un par de ratoncitos
y un vacío de mí en esa cama grande
en la que yo dormía.
Algún día vendré,
colgaré mi retrato y mi albornoz.

La casa será nuestra.

©Santiago Pérez Merlo
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Pez

Como un pez al que cambian de acuario
reconozco el entorno: es agua y fondo
de alga artificial.
Pero hay otros peces,
me observan escondidos
porque también a ellos les asusta
la llegada del intruso,
de este pez grisáceo y anodino
que apareció de pronto en su mundo de colores.
Y aquí hay ruidos nuevos y la mano
que me da de comer
es y ya no es la misma.
Me desplazo cauteloso
por sitios similares
(un cofre abierto, un buzo,
una especie de barco naufragado)
a los que ayer veía.
Por suerte -sí, quizá
por suerte-,
mi memoria es muy frágil y no creo
que mañana recuerde
dónde nadaba antes 

de este agua limpia que me acoge.

©Santiago Pérez Merlo

Musa

Eres porque estás aquí, te veo
aunque a veces te escondes
incluso dentro de ti misma;
puedo oírte: dices
que soy mejor poeta
cuando me hurgo las heridas,
cuando arranco las costras
del intestino grueso y me escarbo
en el colon, el hígado y absorbo
tuétanos, venas, arterias
y juego al escondite
con los lóbulos temporales
y el ventrículo derecho.
Y tú observas –tranquilo el gesto,
fija la mirada- desde dentro
hacia fuera de mí, esperando
el vómito final, el alarido.

Aún no te has dado cuenta 
de que ya no hay dolor, ya 
se apagaron y perdieron su función 
los órganos internos: 
todo está ahora vacío, 
hueco envuelto en la cáscara vana 
de mi piel, 
para que tú me habites.

©Santiago Pérez Merlo

Abrigarse

Como cuando era niño y hacía frío sin más
-no había olas polares,
ni las tormentas eran ciclogenéticas-
escondo las manos en las bocamangas
y me subo el verdugo hasta la nariz
-se empañan las gafas pero el vaho calienta-
para no tocarte,
para no decir tu nombre,
para no sentir
descender el mercurio 

hasta tu ausencia.

©Santiago Pérez Merlo

El conejo blanco

"Me voy" -gritó con voz profunda sin moverse del sitio-.
"Me marcharé muy lejos y ya nunca
volveréis a encontrarme".
Pero no se movía.
"Aquí dejo enmarcadas
las fotos de mis antepasados,
un puñado de libros
y mi viejo reloj de cuerda floja".
"Señor sombrerero, cuide de todo ello"
-leve gesto de "éste, y no yo, es el chiflado"-.
Pero todo seguía en su sitio.
"Es tarde ya,
ahora sí me marcho,
que voy a llegar tarde,
tengo prisa".
"Alicia, por favor, indícame el camino,
dime cómo se sale de este espejo
o deja que me mate el primer cazador
que no sepa leer cuentos".

©Santiago Pérez Merlo

Avispas

El aguijón, la punzada en el costado 
y el manoteo inconsciente 
espantando las avispas que no existen y aún así 
zumban machaconamente,
te perforan los tímpanos e inoculan 
su rayado veneno
en la plácida noche de tu sueño feliz.
Quisieras poner fin, salir del bucle 
de la infecta pesadilla del insecto tenaz
pero no puedes. 
Y por fin te despiertas,
lleno de picaduras.

©Santiago Pérez Merlo

Ave Fénix

A veces te adelgazas
tanto
que me desapareces
y mis ojos te buscan y no ven
y tu voz, ese hilo
invisible
que me ata a la vida,
amenaza romperse
y me tiemblan las manos
y mi pulso parece desbocarse
como diez mil bisontes arrasando
mi vida que agoniza
a punto de apagarse en un latido.
Otras veces estás
a mi lado
y te haces transparente
pero aún puedo verte,
porque te ve mi olfato
y mis manos que tocan
la invisibilidad.

Y de pronto apareces
y te haces corpórea
y piel y hueso y risa
y ojos soñolientos
que vienen de tan lejos
que parece que nunca
se hubieran marchado.

Y es entonces cuando yo
puedo volar.


©Santiago Pérez Merlo

Solo aquí

Las arenas, las dunas
susurran en la noche del desierto.
En la cumbre nevada de las altas montañas
el viento aúlla o gime o trae rumor de aludes.
En la ciudad ajena a los horarios
un coche cruza a veces la desierta avenida,
los semáforos alertan a la nada
y un borracho discute con su sombra y le arroja
los cartones vacíos de la desesperación.

Sólo aquí, en mi cama, en mi cueva,
en mi cabeza vana, aterida de frío,
es enorme y completo y grita como un loco
entre paredes blancas acolchadas

el silencio.

©Santiago Pérez Merlo

El refugio

Luis Cernuda, un grueso libro de poemas
-"así siempre, como agua, flor o llama,
vuelves entre la sombra, fuerza oculta”-,
sirve de improvisada mesa: dos tazas de café,
un cenicero. Tú y yo,
sentados frente a frente.
Tú con mi camiseta gris; debajo, nada.
A los pies de la cama, el perro duerme
y de cuando en cuando alza el hocico,
nos mira y vuelve a respirar pausado.
No hay música, ni apenas luz
más que la que permite adivinarnos
-porque yo ya te sé y tú me sabes-.
Fuera de aquí no hay nada
y si lo hay, no importa nada hoy. 

Aquí estamos a salvo.

©Santiago Pérez Merlo