Son largas, muy largas las mañanas como amaneceres en un día nublado. Las tardes son largas como crepúsculos en el mar de la tranquilidad. Pero las noches,
Sobreviene con la súplica, la náusea. Con la nostalgia irracional reaparece la miopía y me veo de nuevo borroso en el espejo de los sueños de mañana. Los tirones de la manga del abrigo se convierten en artrosis; el recuerdo es migraña de sí mismo. Extrañarte es el dolor.
Creía que era algo que no era. Soñé que era una cometa y que podía volar, ser sostenido sólo por la mano de una niña. Pensaba que era un árbol y crecía hacia el sol y hacia la tierra simultáneamente. Otras veces intenté dibujar con el pincel del sueño los contornos de todo cuanto me rodeaba. Pero sólo aparecían garabatos y el árbol no dio nunca fruto y en mi calle
El pobre cerrajero de las manos cansadas, que aprendió a echar cerrojos en todas las estancias está parado ahora ante una casa grande, enorme, llena de habitaciones y no encuentra la puerta principal.
El perdido Gulliver, que no sabía nunca dónde estaba, se empeñó en hacerse más pequeño cuando llegó al país de los enanos: y desapareció de la faz de la tierra. Se metió por el ojo de una cerradura de una casa inmensa que no tenía estancias y no pudo salir. Esperaba inútilmente a un cerrajero que había perdido, hace ya mucho tiempo,
No dudo del perfume de la rosa ni del color morado de las lilas. No desconfío de los alacranes ni creo errante el vuelo de mirlos y vencejos. No ahuyento a los fantasmas a escobazos ni le abro la cama a las pesadillas. No me adormezco con drogas ajenas ni me despiertan los gallos capones de los amaneceres del infierno. No me fío de los siete enanitos con sus picos ni de los príncipes que prueban zapatos. No dudo de tu amor, ni me baño en tus lágrimas si tú no me lo pides. Pero el mundo es un cuento más bonito
Y maldigo y acallo, censuro a mis sueños y me digo que no vas a venir, que es imposible, que hace tan poco tiempo y hay tanto por hacer, tanto por deshacer, por acunar pinceles y cincelar poemas y ordenar el desorden cotidiano, que no te va a dar tiempo, que es pronto aún mañana si casi no ha acabado ayer... Todo eso me digo como una letanía pero al fondo alguien más poderoso que yo no para de gritarme
Caminar sin rumbo fijo: desde el sol hasta las nubes y volver por el camino en sombra, debajo de las olas del mar y de la mano de sirenas y tritones. Encaramarse luego a las terrazas sobre deltas y estuarios en un hotel de una gran ciudad -por ejemplo, la nuestra-. Y dejarse mecer, al final de la jornada, por el tenue latido de un pecho apaciguado. Ahí, donde termina, comenzaba
Tú trepas hacia arriba, te elevas, floreces y te multiplicas, das sombra, cobijas ardillas y pájaros carpinteros, arrojas los frutos maduros y esparces gramíneas que se lleva el viento, sembrando la simiente de ti por donde vuelas.
Y yo mientras me pierdo en el subsuelo, excavo, busco alimento cada vez más adentro, hundo raíces que me aferren a la tierra y te sustenten y proceso la luz que me traes.
Lo llamaron aldea global y hay una dueña que espía tras los visillos. Y hay vecinos que riñen por las lindes (o por una coplilla que nunca cantaron). Y hay niños que juegan juntos hoy y mañana discuten de quién es la pelota. Y hay una señora que va a misa y un paisano que dice que es ateo y se santigua. Y hay un cura seglar y una monja borracha. Y un pastor sin rebaño y muchas cabras locas. Y hay un señor que pinta allá en el prado y otro que hace fotos, siempre iguales, a las nubes. Y hay un loco que ríe y que bosteza. La llamaron global
Con los hilos invisibles del aire que sostienen mis manos, sin precisar sedal, veo volar la cometa que se aleja y regresa haciendo cabriolas en el aire. Por supuesto la cometa también es invisible y la gente susurra murmurando "pobre loco", un místico tal vez que mira al cielo con las manos alzadas. De pronto, una niña se acerca, me tira de la manga y me dice al oído "La veo, no la sueltes:
Desde hoy en adelante, PERSÍGASE Y DESE MUERTE si opusieran resistencia: A poetas y trovadores (incluso a los aprendices). A mariposas, abejas, golondrinas y vencejos, hadas, duendes, gnomos, brujas, unicornios plateados y celestes (perdonamos a los negros). A las nubes pasajeras, a los rayos de sol sobre los bancos, a la luna en cualquier fase.
Asimismo SE PROHÍBE hacer música, pintar, jugar a las cuatro esquinas y brincar, hacer reír, llorar sigue permitido.
Que toda la población colabore en la tarea. La limpieza es necesaria.
Estoy triste, muy triste. Y contento, estoy contento. Hoy tuve un día horrible: todo me salió mal y, al mismo tiempo, era un día perfecto porque entraron las cosas que importan. Hoy vi brillar al sol, esconderse entre nubes y escoltar a la luna hacia su portal de estrellas. Después no se vio nada. Hoy estuve en la selva, en las dunas y escalé por paredes de hielo y bajé por torrentes de espuma... no salí de mi casa. La mitad de las cosas que he dicho claramente son mentira.
No escribo para hacerte naufragar ni para que te pierdas en ningún laberinto ni para que se quemen tus alas ni se rompa el hilo de Ariadna que te guía sin amarras. No escribo para que, acabado el poema, se te vayan los ojos al cielo y te pierdas en la infinita complejidad del cosmos. Querría más bien escribir y que el último verso te cerrara los ojos y te hiciera temblar
Sube cada vez más alto; sus manitas se aferran a las cuerdas pero no tiene miedo: ríe, se divierte volando en el vaivén de la pequeña tabla. Y su madre la mira y sonríe también, contagiada del aire que levanta con su vuelo.
Yo contemplo la escena y pienso para mí qué poco cuesta hacer feliz a un niño. Ojalá yo pudiera volar.
La escena es la siguiente: hay una jaula; tiene la puerta abierta pero dentro un canario salta nervioso, aletea sin rumbo, se acerca al comedero y rehuye el alpiste; golpea su cabeza contra el columpio viejo y ataca los barrotes con el pico. Su trino, apenas si es gorjeo.
Junto a la jaula, un gorrión observa, emprende un corto vuelo y retorna e invita a que siga su ejemplo al canario indeciso que se acerca temblando a la puerta y regresa.
Un poco más abajo, una paloma picotea migajas de carroña y realidad sobre la acera sucia de barro del invierno.
Arriba, muy arriba, un punto suspendido, más soñada que real, un águila contempla Indiferente la vida que transcurre tan abajo que todo pareciera estar muerto.
Y de pronto, suspenso. Se ha detenido el tiempo entre las alas.
Ayer escribía únicamente de noche y no tenía cuaderno ni bolígrafo ni pluma con los que anotar el rumor de la lluvia en los cristales de mi cama. Ahora es de día. Y ya no llueve y los vidrios se volvieron de sal y se derriten al contacto de tu piel,
Casi se puede oír el roce del sol al desperezarse entre aquellas montañas. Su lento despertar precede siempre a los primeros trinos y acompaña los pasos cruzados de las criaturas del día y de la noche. El vigía de los sueños permanece atento, agazapado y quieto como un perro de caza, alerta a la llegada de alguna pesadilla que turbe tu dormir para darle muerte y traerla en la boca y posarla a tus pies y convertirla en el sueño feliz que te acompañe hasta el casi milagroso despertar de un sábado de soles de invierno en el que no hay tormentas, se alejaron las nubes y el viento lastimoso de ayer, antiguo como años de huracanes, sea hoy sólo la paz
Una estación de tren, la noche. El mundo suspendido ahí afuera: las persianas bajadas, tan sólo alguna luz -insomnes o poetas... o ambas cosas- puntea las fachadas; no hay apenas coches. Y aquí dentro -bostezos, caras largas, sonrisas, niños que corretean y otros que dormitan- la vida esperando, seguramente en vano,
Esta casa era mía incluso antes de que tú la habitaras. Este pasillo, este salón y esas habitaciones me han visto deambular por las noches, tratando de guardarme muy hondos los recuerdos, los aromas, las paredes vacías que has ido llenando con tus luces. Y ahora sin embargo la siento como extraña, como el día que vuelves de un largo viaje y aún dudas a qué lado del baño está la luz y dónde la mesita con la que indefectiblemente vuelves a tropezar. Ahora me sobresalta el ruido de unas llaves, el ascensor que sube, el portero que llama y me saluda como al extraño que soy. Y hay un gato ahora y un par de ratoncitos y un vacío de mí en esa cama grande en la que yo dormía. Algún día vendré, colgaré mi retrato y mi albornoz.
Como un pez al que cambian de acuario reconozco el entorno: es agua y fondo de alga artificial. Pero hay otros peces, me observan escondidos porque también a ellos les asusta la llegada del intruso, de este pez grisáceo y anodino que apareció de pronto en su mundo de colores. Y aquí hay ruidos nuevos y la mano que me da de comer es y ya no es la misma. Me desplazo cauteloso por sitios similares (un cofre abierto, un buzo, una especie de barco naufragado) a los que ayer veía. Por suerte -sí, quizá por suerte-, mi memoria es muy frágil y no creo que mañana recuerde dónde nadaba antes
Eres porque estás aquí, te veo aunque a veces te escondes incluso dentro de ti misma; puedo oírte: dices que soy mejor poeta cuando me hurgo las heridas, cuando arranco las costras del intestino grueso y me escarbo en el colon, el hígado y absorbo tuétanos, venas, arterias y juego al escondite con los lóbulos temporales y el ventrículo derecho. Y tú observas –tranquilo el gesto, fija la mirada- desde dentro hacia fuera de mí, esperando el vómito final, el alarido. Aún no te has dado cuenta de que ya no hay dolor, ya se apagaron y perdieron su función los órganos internos: todo está ahora vacío, hueco envuelto en la cáscara vana de mi piel, para que tú me habites.
Como cuando era niño y hacía frío sin más -no había olas polares, ni las tormentas eran ciclogenéticas- escondo las manos en las bocamangas y me subo el verdugo hasta la nariz -se empañan las gafas pero el vaho calienta- para no tocarte, para no decir tu nombre, para no sentir descender el mercurio
"Me voy" -gritó con voz profunda sin moverse del sitio-. "Me marcharé muy lejos y ya nunca volveréis a encontrarme". Pero no se movía. "Aquí dejo enmarcadas las fotos de mis antepasados, un puñado de libros y mi viejo reloj de cuerda floja". "Señor sombrerero, cuide de todo ello" -leve gesto de "éste, y no yo, es el chiflado"-. Pero todo seguía en su sitio. "Es tarde ya, ahora sí me marcho, que voy a llegar tarde, tengo prisa". "Alicia, por favor, indícame el camino, dime cómo se sale de este espejo o deja que me mate el primer cazador que no sepa leer cuentos".
A veces te adelgazas tanto que me desapareces y mis ojos te buscan y no ven y tu voz, ese hilo invisible que me ata a la vida, amenaza romperse y me tiemblan las manos y mi pulso parece desbocarse como diez mil bisontes arrasando mi vida que agoniza a punto de apagarse en un latido. Otras veces estás a mi lado y te haces transparente pero aún puedo verte, porque te ve mi olfato y mis manos que tocan la invisibilidad.
Y de pronto apareces y te haces corpórea y piel y hueso y risa y ojos soñolientos que vienen de tan lejos que parece que nunca se hubieran marchado.
Las arenas, las dunas susurran en la noche del desierto. En la cumbre nevada de las altas montañas el viento aúlla o gime o trae rumor de aludes. En la ciudad ajena a los horarios un coche cruza a veces la desierta avenida, los semáforos alertan a la nada y un borracho discute con su sombra y le arroja los cartones vacíos de la desesperación.
Sólo aquí, en mi cama, en mi cueva, en mi cabeza vana, aterida de frío, es enorme y completo y grita como un loco entre paredes blancas acolchadas
Luis Cernuda, un grueso libro de poemas -"así siempre, como agua, flor o llama, vuelves entre la sombra, fuerza oculta”-, sirve de improvisada mesa: dos tazas de café, un cenicero. Tú y yo, sentados frente a frente. Tú con mi camiseta gris; debajo, nada. A los pies de la cama, el perro duerme y de cuando en cuando alza el hocico, nos mira y vuelve a respirar pausado. No hay música, ni apenas luz más que la que permite adivinarnos -porque yo ya te sé y tú me sabes-. Fuera de aquí no hay nada y si lo hay, no importa nada hoy.