El mar

En el mar, la mar,
no hay cínicos ni hipócritas:
el agua es limpia. 
Hay delfines
y danzan las medusas 
con baile envenenado.
Hay ballenas 
y olas “siempre recomenzando”.
La mar, el mar, 
es libre como los piratas
y salvaje; cambiante
como las mareas. 
Peligroso hoy, 
mañana apacible. 
Frío o cálido 
según dicten la luna
y las corrientes...

El mar, la mar
eres tú. 

Sísifo

Cargo sobre mis hombros esta piedra.
No la empujo, es igual. 
Cuando llegue arriba,
la dejaré caer y volverá a rodar.
Prefiero sentir en el camino 
su pesada carga. 
Me acaricia el cuello y me susurra:
“tu esfuerzo es inútil, 
volveré al inicio, volverás a tener
que llevarme encima”.
Pero no lo es. 
Su propia voz me alienta.
Rendirse no está permitido. 
Dentro de cada ascenso, 
dentro mismo de la piedra,
late un corazón
que se acompasa con el mío. 


Espacio-tiempo

Desde el Big Bang 
hasta hoy, esas son 
las dimensiones:
la física del universo. 
Pero mienten.
O son relativas. 
O engañosas según cómo
se formulen. 
Y traicionan...

Y además, 
falta la química. 

Hambre de piel

Resultó ser 
una pseudo enfermedad.
Este hambre de abrazarte,
de tocarte, de sentir
tu piel contra la mía.
Esta falta del tacto
de tus manos, de tus ojos
(también hay
miradas que acarician).
Es una casi enfermedad 
muy propia de estos tiempos,
según no sé qué estudios...

Pero la mía es anterior.
Y nunca 
(escúchame bien cuando lo digo:
NUNCA, 
aunque no te lo creas)
quise curarme. 

Caminos

Camino desnudo, descalzo, 
por un bosque de espinos
y piedras afiladas.
Cada paso es una herida
en mis pies cansados 
y un desgarro de mi piel
que va dejando un leve 
rastro de sangre.
Cada vez es más duro el camino.
Cada vez más profundas las heridas.
Pero no me detengo. 
Al final de las espinas 
siempre hay una rosa:
esta vez es blanca.
Al final todas las piedras
acaban siendo arena: 
esta vez es una playa.
Ya casi veo el mar.
Y no suelto mi rosa,
blanca. 

Verdades

¿Quién puede asegurarme que mañana
volverá a salir el sol?
¿Alguien puede jurarlo?
Mentira.
Sólo hay una verdad:
salga el sol o no salga, 
véalo yo o no lo vea, 
sí sé por lo que late
mi corazón. 

Renuncio

Renuncio a entender
cómo giran los astros.
Renuncio a saber 
lo que es una integral 
o una derivada. 
Y renuncio a la física cuántica,
a la química, a la teología. 
“Sólo sé que no sé nada”
quedó dicho hace ya tiempo.
Yo renuncio no a saber:
renuncio a tratar de comprender 
todo cuanto me rodea.
Empezando por mí.

Ahora

Tienes razón. Es cierto.
Pero no sé vivir de otra manera.
Si tengo una moneda en el bolsillo,
me quema y me la gasto. 
Si sueño 
que me voy a morir
me despierto aferrándome a la vida.
Y ya escapé 
más de una vez de la muerte
gracias a esa pesadilla.
La niña del columpio 
es la anciana a cuyo lado
quiero acabar mis días.
No existe el tiempo.
Porque “mañana”
es tan sólo un adverbio.
Y “ayer” no es siquiera una palabra 
en que valga la pena detenerse.
Soy un loco quizá. 
Pero no sé otra forma 
de concebir la vida. 

Regreso al futuro

Tengo, no sé, unos 80 años.
Tal vez algunos más.
O muchos menos. 
Tuve una infancia feliz:
mis padres me querían.
Tuve una juventud 
alegre, sin temores,
sin guerras, sin hambrunas;
sólo con los malos ratos 
de cualquier juventud:
los cura el tiempo habitualmente. 
De mi edad adulta 
-quién sabe cuándo empezó aquello-
tampoco tengo queja:
unos cuantos amores 
(algunos me quisieron más que otros,
pero eso no es extraño:
yo mismo así lo hice);
una hija que adoro 
y que aún me quiere;
un puñado de amigos y de perros
(todos fieles y dignos de su nombre).
Tuve problemas, claro, 
¿cómo si no llamar a esto “vida”?
Y fui sobreviviendo.
He llegado hasta aquí. 
Ninguna queja, insisto. 
Me voy solo, como nos vamos todos,
pero creo que he vivido acompañado.
Conocí el dolor y la tristeza.
Y también la alegría.
Y conocí el amor. Nunca dejé 
de tenerlo presente. 
No me importa marchar.
Que nadie llore. 
...
(Si se me olvida, cuando llegue el día,
recuérdenme que hace muchos años
escribí unos cuantos versos
parecidos a estos).

Lunas

No es más triste 
-ni, por tanto, más alegre-
una noche de verano y luna llena
que una noche sin luna
en el invierno. 

No está más sola,
la luna,
cuando tú la ves y cuando no. 
Está sola 
-y no vemos si llora o si sonríe-
cuando no podemos verla
juntos. 

Imanes opuestos

Hay una
(más de una, en realidad)
diferencia importante entre nosotros:
Yo jamás 
cambié de parecer
respecto de quién eras,
de quién eres, de quién somos, 
de quiénes son los otros. 

Pero hay más:
A ti no te sacaron de mis celos,
a mí no me sacaron 
de esa falsa libertad que crees tener
en tus vuelos de un barrote a otro
de tus propios pensamientos;
tú nunca vaciaste 
del todo la maleta;
yo no olvidé 
nada de lo vivido en otras vidas,
pero lo fui dejando
como simples guijarros de un sendero
que no he de volver a transitar...
Tal vez los dos 
siempre nos confundimos.

Aunque lo pareciera en ocasiones,
nunca fue nuestra intención 
hacernos daño. 
Y ambos nos lo hicimos
al mismo delicado tiempo
-eterna paradoja- 
en que uno curaba al otro las heridas.

Los dos nos acusamos
de tener mucho miedo...
y, seguramente, ambos tuvimos razón.

A veces nos mentimos: 
Pero porque en ti,
tu mentira es la verdad. 
Y mi verdad es mi mentira.
(Ojalá no lo fuera).

Hay más, ya ves,
de una diferencia entre nosotros.
Y, precisamente, tal vez eso sea
todo (... “y sólo y siempre”)
lo que nos haga ser imprescindibles.
No el uno para el otro:
el otro para el uno. 

Canciones

No he dejado de oír en estos días
aquella vieja selección 
de las canciones que nos dedicamos:
de las más tristes 
a las más esperanzadas.
De las primeras timideces 
a las de amor más horteras.
Es mi banda sonora 
porque todas dicen algo 
que algún día nos dijimos.
Ningún título sabrán:
sólo son nuestros...
Es decir, infinitos y universales.