Antología

Uno a uno separo, metódicamente,
los casi mil poemas que escribí.
Voy haciendo montones procurando
que ninguno sea más alto que otro.
Tres torres de papel 
que contemplo sin prisa.
Arrojo poco a poco 
el primer montón al fuego; lo veo
lentamente consumirse 
y desaparecer.
El siguiente, voy dejándolo caer al mar,
la tinta se diluye,
el papel se deshace y la corriente
acaba por llevarse cada verso.
Para el tercero cavo
un profundo agujero junto a un árbol
y lo entierro.

Sólo queda un poema: 
ese que aún no he escrito y que un día
te ha de llevar el viento.

Milagro

Dios era una mujer.
Y no existía.
En realidad, dios sólo era una meiga,
una brujita buena
que adivinaba auras y veía 
uniones imposibles 
y agrupaba versos sueltos 
en un mismo poema.
Porque la bruja/dios sabe leer 
poesía en los diarios 
y noticias de amor 
en las crónicas de guerra.

No sé si aquello fue
brujería o milagro.
Pero fue. 

Faro

Y porque no quiero volverme paranoico,
ni ser mala persona ni pensar
que todo el mundo es malo
-aunque no todo el mundo sea bueno-.
Y si hay que estrellarse en las rocas
porque el mar (no tu luz)
las trasladó de sitio,
pues habrá que morir firme en el puente 
como un buen pirata...
Siempre será mejor
que andar a la deriva.

Como un sueño

Todo lo que fue anoche
se olvidó esta mañana.
Y todo lo que ha sido esta mañana
ojalá se recordara 
esta y muchas otras noches: ojalá
no se olvidara nunca.
Pero se olvidará,
como olvidan el eco los oídos insomnes 
y se olvida la voz que precedía al eco
si uno ha decidido cerrar los oídos
y los ojos.
Puede que así no dañen
las palabras; 
puede que así 
no se vea la sombra,
pero no se verá nunca tampoco 
la luz.


Inmortal

Algún día moriré 
y tú le contarás al mar
y a la hierba y a ese tamarindo
que crece en el jardín 
cuánto me amaste.
Y ellos te dirán quizá 
cuánto te amaba yo.
O tal vez te dirán 
que todo era mentira,
que lo que te contaba,
los poemas que leímos
no eran sino polvo mortal 
de cuerpos pasajeros,
que inmortales son ellos solamente 
-el mar, la hierba, el árbol del jardín-.

Y dudarás si creerlos o no.
Dudarás si mi amor
-nuestro amor- 
era inmortal. 
Dudarás ese día, pero ahora
deberías saberlo.


Tregua

Dame una tregua, deja
que mueran los poemas 
en la orilla de la boca
justo antes de nacer.
Permite que vengan sólo
en esa hora bruja de la noche
cuando uno está seguro 
de que al día siguiente 
no los recordará.
Deja que duerma soñando
que pude ser poeta.
Y que despierte sabiendo la verdad:
ningún poema escrito
será nunca mejor 
que los que ya no escriba.

(Otra) Historia de fantasmas

Hay fantasmas que no son
como en los cuentos:
no llevan sábana, la echan
sobre nuestros hombros
y nuestras cabezas;
no hacen agujeros en los ojos,
para que no veamos.
Y no llevan cadenas:
las han atado a nuestro tobillo
para que nosotros
arrastremos sus pesados eslabones.
Ellos ríen divertidos
en su mundo intangible,
sin espacio ni tiempo,
sin miedo
a la muerte.
Porque ya están muertos. 

Y nos han convertido en sus fantasmas.
¿Quién el vivo, quién el ser espectral? 
Sólo hay una prueba: 
ellos siguen sin verse en los espejos.

El olivo

Trato de encontrar mi edad
a través de los surcos que rodean mis ojos,
como si fuera un árbol.
A veces cuento decenas de ellos,
como un olivo viejo que ha vivido
años que ni él conoce.
Veo entonces las manchas en las manos,
los nudos en las ramas.
Y recuerdo las podas, los injertos,
alguna cura y cambios de tierra 
que me ayudaron a llegar aquí.

A veces dejo de contar y aparto
la mirada del espejo y veo
que hay un rayo de sol esta mañana.
Y siento que aún fluye savia nueva:
algo dentro de mí sigue brotando.

Aprendizajes

Aprendí que hacer ruido
es peor que el silencio.
(Aunque duela a veces
tanto
ese silencio.)
Aprendí que mirar
no es lo mismo que ver
aunque no siempre veamos
lo que estamos mirando.
Aprendí que recordar no es elegir
lo que sí y lo que no
se echa en el olvido.
Aprendí que el sabor de una piel
no es igual que su tacto,
ni aspirarla es lo mismo que olerla.
Aprendí tantas cosas que ya había olvidado
que no quiero dejar de aprender
-ni de aprenderte- 
nunca.

Rarezas

Nunca escribí para salvarme.
Ni para salvar a nadie.
Pero me gusta pensar que algunas veces
una mano sale del papel, tendida,
y la coges con la tuya
y me saca del poema
o te introduce en él
y las manos se amplían a los cuerpos
y te abrazo y me abrazas.

Y es ahí cuando, aunque poco a menudo,
cobra sentido esta cosa tan absurda 

de tratar de hacer poesía.

Clima

Hace frío en la calle y es costoso
elegir cuánta ropa ponerse.
Además llueve, 
hay que llevar paraguas.
Y unas buenas botas 
porque sin duda pisaremos charcos.

Pero lo más difícil es ponerse 
algo así como una buena cara, 
una sonrisa y un ánimo apropiados,
como si no pasara nada...
Cuando hace tanto frío 
y además llueve.
En la calle 
y por dentro.

Una historia de fantasmas

Cuando das de comer a tus fantasmas
y les quitas el hambre,
son los míos los que engordan.
Cuando ellos beben de tu agua pura
y les calmas la sed, 
los míos chapotean en los lodazales.

Cuando tus fantasmas viven
su condena infinita de alma errante
sin cuerpo y sin materia
y tú les das la vida, 
soy yo quien muere un poco.

Descreído

Es verdad. No creo en dios.
Y cada vez menos en la humanidad
-así entendida como ente casi abstracto-.
No creo en el amor universal
-pero sí en el de los hombres-.
No creo en la poesía 
ni creo en los poetas
-también en cuanto gremio-.
No creo en las cosas que no veo.
A duras penas creo en mí
-y sólo como efímera materia-.

Creo en tu boca cuando dice mi nombre
-y cuando me besa-.
Creo en las “buenas noches” de mi hija.
Creo en la mirada honesta de mi perro...
Y poco más. 
Pero tal vez es suficiente.

Distancias

Más alta es la escalera, 
más lejos está la cima.
No se llega con peldaños de madera
al cielo de lo intangible.

Más largo se hace el puente,
más lejos quedan ambas orillas.
Sería necesario alzar el vuelo 
para alcanzar la tierra.

Más oscuro puede ser un corazón
y más pequeño,
pero quizá su amor sea más profundo.