Conjuros

Camino sin pisar 
las rayas del embaldosado 
como un juego infantil 
o un vano intento 
de invocarte, de traerte
a mi lado...
Y cuento los mensajes que te envío 
para que su número 
te resulte apetecible.
Pero no sirven conjuros.
Estás tan lejos. 

©Santiago Pérez Merlo

Apátrida

Intento caminar y vuelas.
Intento levantarme y te sumerges.
Intento bucear pero me falta el aire.
Te doy la espalda y buscas mi boca.
Y te apartas si yo busco la tuya.
Más cerca intento estar 
y más me alejo.
Pero yo no sé alejarme 
esperando que te acerques.

Sólo en tu cuerpo desnudo,
entrelazado en mí,
está la verdadera patria,
esa que me protege 
y arría mis banderas.
Lo demás son regiones.

©Santiago Pérez Merlo

Embusteros

Te mientes a ti mismo 
si me mientes a sabiendas.
Tal vez piensas “se la di”, 
“me he salido con la mía”
o algo igualmente peregrino.
Pero tú eres consciente 
de tu propia mentira.
Y no hay peor engaño. 

©Santiago Pérez Merlo

La bici

¿Cuándo vamos a ver la vida como es?
¿Cuándo el vaivén del tiempo,
de las obligaciones,
no va a ser ese palo en la rueda 
de la bici del niño que vuela calle abajo?
Nos dejamos llevar 
casi siempre por lo urgente,
pero nos olvidamos de lo necesario, 
de lo que de verdad importa
-o debiera importar en un mundo sin palos-.
Y se pasa la vida...
Sin que el niño se atreva a quitar los “ruedines”.

©Santiago Pérez Merlo

Noche y día

Escribes con mano decidida
versos sobre tu pubis
antes de cerrar los ojos 
y al día siguiente 
han desaparecido.

Me das la espalda 
pero no lo bastante para no sentirme.
Cuando ambos despertamos
y me voy
tu espalda no me busca 
y tu pubis me olvida.

Hablas en sueños y dices “tequieros” 
apenas intuidos
y haces cábalas, recuerdas
tareas olvidadas, analizas
la realidad que se solapa al sueño.

Al día siguiente,  todo cambia: 
tu voz es clara,
la cábala ha cambiado su sentido 
y el sueño y lo real
son tan sólo palabras.
Y el análisis no existe, ¿para qué?
Mañana será otro día.
Y no habrá noche.

¿Cuándo el sueño? 
¿Cuándo la realidad?
¿Y cuándo el pensamiento?
¿Cuándo sólo sentir? 

Amanecer.
Ocaso.
Confusión.

©Santiago Pérez Merlo

Necio

Debería saber lo que no ignoro.
Debería ser consciente 
de las trampas que me tiende
el subconsciente, cruel.
Debería acallar 
los cantos de sirena 
porque está dentro de mí su isla,
no hay tapones de miel 
que las silencien. Debería 
cumplir con mi destino 
de acémila de noria y no soñar
que los burros con alas
existen y son como Pegaso.
Debería saber mi necedad.

©Santiago Pérez Merlo

Nubes

A un día de tormenta 
le sigue uno de sol, 
aunque unas cuantas nubes
vigilan el océano 
y miran la ciudad 
esperando una corriente
de aire que las traiga y dejen
aún no saben bien
su lluvia si como risa alegre 
o como llanto.
De momento, están ahí paradas
y son algodonosas y felices 
de ver el mar en calma
y dejarse mirar 
por algún torpe retratista como yo 
que aún no sabe 
que no se puede dibujar 
lo efímero.

©Santiago Pérez Merlo

Juglar

Cómo me gustaría 
ser yo aquel poeta 
que con cada palabra
exhalaba poesía.
Aquel que incluso cuando 
no te decía nada, 
parecía que hablaba 
sólo para tu oído,
tan bellas sus palabras 
y tan dulce su voz.
Aquel que cuando,
-alguna vez lo hizo-,
sí que decía algo,
te arrastraba sin freno
a sus hondos abismos,
a sus oscuridades más preclaras...
te dejaba pensando 
“¡qué hondo!... ¡qué oscuridad tan clara!”.

Cómo me gustaría 
ser yo aquel poeta.
Quizá, tal vez, un día...
Pero no: yo ando por los caminos
y no me paro 
a contemplar vacíos.
¿Un juglar? ¿Un trovador?
Aprendiz de poeta
que pide una propina...
de amor y de cariño. 

©Santiago Pérez Merlo

Tiempo

Sólo camina. Hacia delante siempre.
No le pongas balizas,
no guíes sus pasos, no dejes
que se pare a contemplar la nube,
a aspirar el aroma de la flor.
No te atrevas a tratar de dirigir
ni una sola
de sus zancadas uniformes.
No lo cuentes, no lo digas.
Deja que continúe sólo...


Encontrarás la muerte
sin saber si lo que hubo en el camino
fue la vida.

©Santiago Pérez Merlo

Futuro

¿Por qué vuelve el pasado como aldaba
a golpear la puerta del presente?
¿A quién llama? ¿Qué quiere de nosotros 
con tan impertinentes golpes y a deshora?

No llames; 
ya no vive aquí quien buscas,
se fue: 
dejó atrás la casa de lo que ayer pasó 
y aún no sabe dónde le llevará
el camino.
Sólo hay camino hoy, oculto 
por la maleza a veces 
y despejado el siguiente recodo.

Algún día quizás haya otra casa, 
muchas habitaciones, un hogar humeante...
Tal vez podamos llamarla Futuro.

©Santiago Pérez Merlo

La Ladera

El tocón del almendro 
conserva la huella de unos pies diminutos.
Por el brocal del pozo -aun cegado- 
sube el eco de una risa infantil,
una canción. 
En la leñera se oye
el suspiro de esfuerzo de la primera vez
que el niño fue capaz de alzar el hacha.
Más allá, siguen pasando trenes,
siguen croando ranas junto al río 
angosto que apenas lleva agua, un caño, 
pero con ella canta.

Y si todo sigue igual, 
¿dónde la inocencia de la primavera?,
¿dónde la infancia? 

©Santiago Pérez Merlo

Amor

Ir y volver de un sitio al mismo sitio siempre.
Salir de uno mismo para volver a entrar
y volver a salir en una voltereta
interminable.
Adentrarse en el otro desde fuera de ti
y desde dentro. Y volver a salir y contemplar
sin saber si estás dentro de ti
o si estás fuera. O si dentro del otro
desde dentro de ti o desde tu exterior.
No saber, al final, quién es yo,
quién es el otro y, sin embargo,
ser conscientes de ambas unicidades
y de la eterna unión: de lo infinito.


Así de complicado. Así de simple.

©Santiago Pérez Merlo

“Errare humanum est”

Malvendo mi derecho a equivocarme 
a cambio de una única 
certeza sin fisuras
pero que sea capaz de convencerme.
(Aviso que no valen ecuaciones
ni dogmas de fe, ni paradigmas.)
Que alguien me convenza -por piedad-
que merece la pena 
por tal o cual motivo, salirse de la cama
y afrontar cada día
con la mínima esperanza 
de que hay algo, hoy, que puede mejorar.
(Y nótese que digo “cada día”, 
no vale un día bueno entre veintidós malos.)
¿Nadie se atreve? ¿Veo una mano alzada?
Ah, no: la señorita llamaba a un buen amigo.
Sigo reivindicando por lo tanto 
mi derecho al error de pisar este mundo
como si eso le interesara a alguien...
Y me vuelvo a la cama.

©Santiago Pérez Merlo

Distancias

No siempre lo mejor es acercarse.
A veces es mejor tomar distancia:
                                                    mirar.
Tal vez el universo es infinito.
Pero ese infinito también cabe
en un grano de arena, 
una nota musical...
en un silencio que se ve
o no se ve.
El truco es afinar
                           la mirada.

©Santiago Pérez Merlo

Anodinos

Siempre la misma gente 
en los mismos bares.
La misma gente en las aceras, la misma
gente en el metro y en los autobuses.
Idéntica en los cines, los teatros,
las redes sociales.
Los mismos rostros tristes,
soñolientos, alegres, aburridos.
Personas, personajes.
Mi mismo rostro siempre en el espejo.
Gente que va y que viene: gente
sin importancia.
Mala gente que camina.
Y buenas gentes.

Después, tú. Nosotros. Nadie más.

©Santiago Pérez Merlo

Mientras

Mientras duermo,
un niño está muriendo 
de hambre en algún sitio.
Y una pareja está engendrando un niño.
Mientras duermo,
hay bombas explotando
y hay una flor que brota 
al otro lado. O junto al agujero del obús.
Mientras duermo,
hay alguien escribiendo un verso
y hay un verso
que espera ser escrito y que tú sueñas.
Mientras duermo,
no se para el camino de la vida
hacia la muerte.

Mientras duermes, 
los sueños que tú sueñas
me dan vida.

©Santiago Pérez Merlo

Piadosas

Mira en el fondo de tu corazón y dime:
¿a cuánta de la gente que quisiste 
aún la amas? Dime:
¿a cuántos de los hombres 
-o mujeres-
de quienes dijiste estar enamorada? 
¿A cuántos aún quieres o
-ya que dicen que eso es el amor- 
admiras?
¿A quién se puede amar (si uno es ateo)
sobre todas las cosas?

Dime que sólo a mí...
Ya sabes que me encantan tus mentiras. 
Incluso las piadosas.

Maniqueo

De la vida, del amor, de la poesía.
De la muerte, del odio, de la nada.
De dios, de tu perfume...
De todo ello tengo
un concepto diferente del que impera.
O quizá no.
Tal vez tan sólo sea puro maniqueísmo.
Y la vida y la muerte
y el odio y el amor,
la poesía, la nada
no precisen de mis explicaciones.
Pero tú, tu perfume, dios...
tu ausencia.

©Santiago Pérez Merlo