Año ¿nuevo?

Suena otra vez, no la campanada, 
su eco en el salón 
                 vacío 
en el que cada año apuras 
sus últimos segundos,
los primeros del que viene,
ajeno a la alegría (¿será real?)
que se desata fuera.
No, no es tristeza exactamente 
aunque no te sumes a la algarabía.
Es sólo el paso del tiempo:
idéntico, si no peor, 
el que viene y el que se marcha… 
Y, en cualquier caso, tiempo que no
se detiene, soledad
que lo acompaña.

No sabes

No. No lo sabes.
No lo sabes porque 
no lo digo
y aunque lo dijera quizá 
tampoco lo sabrías 
porque nunca se dice 
todo lo que se cree estar diciendo.
Porque las palabras
también mienten 
o no bastan. 
O son demasiadas 
y tampoco sirven.
Imposible saberlo.

Estación

Alguien dijo “la noche

es el estado natural del cielo”.

Del mismo modo la tristeza es 

el estado natural 

del otoño que no obstante 

arranca risas del crujir de hojas 

y sueña primaveras. 

Pero hay una pena como de vía muerta, 

de estación (casi) derruida 

entre el calor y la nieve. 

Ni azul ni blanco: ocre y gris.

Estación de olvido abandonada,

otoño del corazón: no pasan trenes.

Lo que no pude ser


Pude haber sido farero 
pero me faltó la luz.
Pude haber sido marinero 
pero me faltó la mar.
Pude haber sido ola 
pero me faltó la espuma.
Pude haber sido cielo 
pero me faltó el azul.
Pude haber sido,
simplemente, yo
pero me faltaste tú.

Promesas

Prométeme 

que no vas a llorar el día que me muera

y que no vas a reír el día que resucite 

(aunque no creamos en la resurrección): 

no es bueno esperar al final

para la risa ni para el llanto.

Prométeme 

que la próxima vez 

que digas te quiero vas a saber

lo que estás diciendo y que si no lo dices 

es porque no lo sientes, no

porque tengas miedo. 

Prométeme 

que te vas a cuidar 

y que has aprendido que tú eres 

lo mejor de ti

(aunque suene a panfleto de autoayuda).

Prométeme 

que no (te) mientes y que sabes

cumplir con tus promesas. 


No como yo -y como el viejo tango-

que no creo ni en mí mismo 

y nunca (me) prometo nada.


No poema

Los mejores poemas son

los únicos honestos, los que no

se escriben porque esconden 

sentimientos que no se desvelan:

lo que se piensa pero no se muestra 

por miedo a la herida 

-propia o ajena-, por miedo 

a una verdad 

que se prefiere de momento oculta.

Porque a veces el daño 

espera agazapado en la palabra 

que uno no dice pero el otro espera;

en el gesto, la caricia

que se hace o no se hace. 


Ahí en el silencio, en la quietud 

deben quedar, callados,

 los poemas.

Mar adulto

Siempre sucede igual, en cada playa 

juega el niño que fui 

con la niña que fue (y sigue siendo,

al menos en cierto modo).

Y hay una niña más que ya apenas conozco 

jugando con otros niños. 


Nunca logro saber si es la playa

el espacio de la infancia o es el tiempo 

perdido y son las olas  

las que han ido llevándose los años, 

los poemas y los sueños…

las manos infantiles que tenías,

las manos infantiles que aferrabas.

Luz de agosto

Alguien vuela sin alas, alguien

nada sin ser pez ni tritón.

Una estrella fugaz se detiene.

Un poeta muere a orillas 

de la poesía atrapado en una red.

Luz de agosto que agoniza 

en una playa, 

que naufraga en el próximo otoño: 

entre -otra vez- la nada y el dolor.

Perseidas

Otra vez se equivocó 
el Universo: la estrella fugaz 
que perseguiste no era la estrella
que llevaba tu deseo…
Era el mío y se perdió 
                                       en la noche.

Contradicciones

Nadie se baña dos veces 

en el mismo mar o en el mismo río 

y sin embargo 

el agua es a la vez siempre la misma. 

Una franja de arena la playa,

las olas y la espuma y al fondo

el mismo horizonte, el mismo infinito. 

Un océano o un mar empapando 

pasados y presentes idénticos y nuevos,

como vidas idénticas y nuevas: olas

siempre diferentes y siempre las mismas.

La misma cometa detenida en el cielo, 

la misma niña es otra, el castillo

de arena es otro 

y es el mismo a merced de la marea.

Todo es inmutable y nada permanece.

Todos los poemas -la vida- 

son contradicciones.

Encargo

Me pides un poema: “de madurez -dices-
ahora que rebasas por uno los cincuenta”.
Y nunca supe 
escribir por encargo;  mucho menos 
hablarme sólo a mí (aunque siempre lo haga) 
o dedicarme un panegírico o una elegía. 
Pero me lo has pedido y no soy capaz 
de negarte el capricho porque sé que pasaste 
por encima de miedos,
de pasados perdidos y de futuro 
incierto de nuevo para ir a prendarte
-diría enamorarte, pero pesa mucho el verbo-
de un poeta. 

(Qué tremendo error has cometido).

Fantasmas

Tienen razón los niños. No te alejes, no 

apagues la luz, no me sueltes la mano, 

léeme otro cuento u otro poema.


Es cuando te quedas

a solas

a oscuras 

sin abrazo

en silencio

cuando los fantasmas salen

de debajo de la cama,

del armario,

del tiempo que pasó 

para no dejarte soñar.

Multiverso

Por supuesto que tenemos un pasado,

pero no lo remuevas porque entonces 

el pasado se convierte en presente,

pierde su razón de ser y al mismo tiempo

es capaz de jugar con el futuro, provocar 

un colapso en la línea de la historia 

y evitar por ejemplo que te invite a café 

o te lleve a pasear o a algún museo o

que te quedes a dormir en esta misma cama 

en lugar de en cualquier otra dimensión.

Yo necesito que las cosas ocurran

aquí y ahora a ser posible en esta galaxia…

Estoy ya muy mayor para entender multiversos 

que no pueda escribir en un poema.

Canción dedicada

Exactamente a la misma hora

una botella que lleva una carta de amor 

deja la playa, 

un avión con un adiós en sus bodegas 

surca el cielo 

y una canción dedicada como antes en la radio 

saluda la mañana.

Es necesario insistir en que es

exactamente a la vez y sin embargo: 

la botella es futuro de amor 

que no es ahora,

el adiós -como una lluvia borgiana-

sucede en el pasado

y sólo la canción se escucha 

en este efímero presente de domingo.


Lo que no es música, 

lo que no te haga bailar

es ruido.

Nuevo día

No le pido al mañana que se esconde

detrás del conocido insomnio 

que sea igual que ayer ni diferente; 

habrá de ser él mismo: un día 

como tantos pero nuevo.

Tendrá sus luces tenues y su sol

brillante si es verano y sus nubes 

si invierno; y sus atardeceres.

Tendrán sus horas olores 

de trabajo y de hastío 

y tacto dulce de piel al despertar.

Tendrá quizá su almuerzo 

de playa o de pradera, su tarde

lenta de café o de siesta compartida.

Y morirá también, seguramente, y 

llegará la noche… 

Pero eso será otro día. 

Fin de semana (otra boutade)

Menos mal que puse nombre 

-Fermín, concretamente-

al robot-aspiradora: me hago la ilusión 

de que estoy menos loco

hablando con él 

que esa gente que habla con sus plantas.

Es la mejor compañía 

en estas mañanas de sábado gris 

en que hasta las bolsas de la compra 

parece que te han abandonado.

Tal vez mañana esté más entretenido, 

tengo una ceremonia bautismal 

porque no querría pasarme la tarde 

con una desconocida… 

Pero no he decidido aún 

qué nombre voy a ponerle 

a mi amiga la plancha.