Rostros

No suelen tener rostro 

el rencor, la envidia 

o el odio: habitan más allá.

Aunque tratemos de personalizarla a veces, 

no ponemos cara 

tampoco a la tristeza. 

Son a lo sumo imágenes difusas,

instantes sin fecha o que viven en nosotros 

a perpetuidad

(y mal asunto, entonces).


Sí tienen cara en cambio el amor,

el deseo, la añoranza, 

la risa, la alegría…

tienen un rostro: el tuyo. 


Todo lo demás: lo bueno y lo malo

y lo incalificable 

es la imagen que devuelve

un laberinto de espejos.

Madrugadas

Hasta que te acostumbras y tal vez
incluso llegas a odiarla
la madrugada tiene 
un aroma de infancia, 
de coche cargado y largo viaje.
Y tiene también color de juventud,
de volver a casa 
con el sabor quizá de un beso reciente. 
La madrugada suena 
a oídos taponados, 
a manguera regando los jardines
y huele a hora confusa y tierra.

Descubrir de nuevo,
después de tantos años,
que se inaugura el día
con el mismo sueño que tuviste anoche,
la vigilia de la hora incierta…
Estos días, cada mañana es 
el preludio del mediodía que anhelo, 
de la noche tanto tiempo soñada;
el sol brilla solo para mí,
mientras espero compartir contigo
este ya conocido pero nuevo amanecer.

De vez en cuando

De vez en cuando, 
los días se hacen noches y el sol
parece que ni siquiera exista:
todo está gris oscuro, casi negro;
no pían los gorriones 
y los colibríes no se atreven a cantar.
No hay apenas nadie por la calle
y solo algunas sombras 
caminan
como si te estuvieran acechando. 

Pero, de vez en cuando,
las noches se hacen días 
y la luna y el sol parecen abrazarse 
e incluso hacer el amor 
para que el universo se conjure 
y cada quien camine 
por mitad de la calle, firme el paso,
una sonrisa amplia 
y un brillo en la mirada 
que asegura “hoy es el día 
de volver a vivir enamorado”.