Otra casa

         “…. después soñé que soñaba.”  (Antonio Machado)

No era esta vez ninguna casa extraña.

Era la misma de siempre;

las mismas, más bien, 

porque siempre fueron dos y a veces

se confunden las estancias: 

aparece una cocina fuera de lugar 

o un cajón en un armario que no es suyo.

Pero todo era reconocible, familiar 

como un cálido cobijo conocido.

También tú eras la misma

y yo el mismo en la medida 

en que no todo lo transforma el tiempo. 

Los gestos, las conversaciones,

la postura al sentarse o al dormir,

el café del desayuno, 

algunos viejos problemas…

Todo era como siempre. 

Quizás es que esta vez 

es un recuerdo y no un sueño 

lo que me ha confundido. 

(Cincuenta) Cumpleaños

Como un punto perdido 
en el horizonte: ni cielo 
ni mar, un instante
azul pero indeterminado.
Ni prólogo ni colofón:
una página anodina
en mitad de una novela
impresa en un papel barato. 
Una nota perdida,
un silencio más bien,
en medio de una sinfonía inacabada. 
Un corredor de fondo 
más cerca de la meta 
que de la salida,
fatigado ya pero sabiendo
que aún queda mucho camino. 
Ni completamente solo
ni disfrutando de tu compañía: 
una sombra sin nombre en mitad 
de la acera atareada.
De cero a cien calendarios
que no alcanzaré, 
en el centro del tiempo,
cuando se empieza a sentir
vértigo al mirar atrás 
y vértigo al mirar hacia adelante. 

La huerta

Cómo podría vivir en verano
lo que dejó morir la primavera.
Se agostarán del todo 
las flores ya marchitas. 
Y la hierba.
No acogerán los surcos
que tratemos de abrir
semilla alguna: 
resecada tierra al sol inclemente,
ceniza sin sustrato. 
No nacerá en otoño 
siquiera una esperanza. 
Y volverá el invierno. 

Resignación

Ya que estás aquí, ya
que te vuelvo a ver 
en la ciudad que arde…
¿Por qué no te quedas? 
Pasa, no se está mal así,
en la oscuridad 
y junto a la ventana;
corre algo de aire. 
¿Por qué no dices nada? 
No me creo
que te hayas quedado 
sin historias que contarme.
¿Quieres al menos escuchar la mía? 
¿No quieres tampoco que te abrace?
No, descuida, por supuesto 
que no me dolería, 
¿cómo me ibas a quemar?
Ya veo.
Está bien, no pasa nada. 
Claro que entiendo tus motivos:
no nacieron las estrellas
para abandonar el cielo. 

La habitación

Es subiendo una escalera sin baranda, de piedra como el resto de la casa, donde primero ves, a la derecha, el inmenso dormitorio. 
Tras el enorme ventanal que se abre al vasto jardín, hay un escritorio de madera: no es ni demasiado claro ni demasiado oscuro; amplio, con papeles, libros y cuadernos desperdigados aquí y allá en un medido desorden. Se ve una madera robusta, pero no tratada, nada de barniz: marcados los surcos y las huellas de la vida que ha pasado por él y que le confieren personalidad. Detrás, un pesado sillón, más bien anodino pero que parece confortable y una cama grande, alta, con un cabecero también casi tosco en perfecta armonía con la mesa. La cama conserva sus propias hendiduras y sabe historias, pero esas no se cuentan. 
La vista se pierde detrás, donde hay una mesa baja y un par de sillones de lectura. Más allá, se adivinan un vestidor y un baño tan solo semi ocultos por paneles de cristal opaco para que hasta allí alcance la luz del ventanal. Por toda la estancia hay lienzos apoyados en el suelo, grandes telas con sólo algunos trazos de color; otros, más pequeños, algunos ya enmarcados, permanecen ocultos. 
Encima de la cama hay otro cuadro, mediano, quizás una fotografía: una mujer duerme o simula dormir en blanco y negro apoyada en su propio brazo desnudo. Transmite placidez. 
La pared de enfrente, a los pies de la cama, es un enorme mural de un cielo que podría ser un atardecer de tonos lilas, azules y morados más arriba y que van creciendo en oscuridad hasta el gris oscuro al juntarse con el techo. Salpicándolo todo, hay estrellas, una luna rosada casi llena apenas insinuada y bandadas de pájaros blancos, amarillos, grises, algún azul turquesa… volando en desordenadas desbandadas. 
Las aves de más abajo parecen salir del único mueble que reconozco: un aparador lacado en negro que no desentona en absoluto con el resto. Y es extraño que así sea, ahora que lo pienso. 
Es el único mueble que estaba ya en otras habitaciones en las que yo he estado, contigo. Y ahí permanece, como diciendo que algo queda de ayer en esta habitación que es tuya pero en la que hoy no estás y que sólo he soñado. 

Quietud

     “Igual en el poema que en el mundo
      el movimiento abre
      los sentidos.”
              (Lorenzo Oliván)

Se muere la araña 
de la esquina de tu habitación 
si no teje su tela.
Se muere el ave que no abandona el nido. 
Se moriría el mar si se estancara
junto a todas las criaturas de su seno.
Moriría La Tierra entera, 
todo lo conocido,
si no girara alrededor del Sol 
y a la vez sobre sí misma. 
Se morirá la voz en mi garganta
asesinando a un tiempo 
a los verbos y a los nombres, 
a todos los fonemas que no se hayan dicho.
Se muere lo que no se mueve: 
las palabras, de tan parecidas,
se acaban convirtiendo en su contrario…
Sin embargo, permanezco inmóvil,
esperando a que no sé qué viento sacuda 
las ya escasas hojas de este tronco hueco.

Mientras, lentamente, se mueve el poema. 

Mientras, se muere el poeta lentamente.

Sol

Ya sé que sale el sol cada mañana. 
Y que quema su fuego en verano
y se agradece su calor en el invierno. 
Lo saben 
los niños más pequeños, los animales 
incluso las plantas… 
hasta algunas piedras parecen saber
cuándo calentarse. 
¿A qué viene recordarme esas cosas? 
¿Crees que no veo desde la caverna el cielo? 
¿Y qué se me da a mí que salga
o que no salga? 
Por supuesto que veo salir el sol. 
Y brillar algunos días 
como si solo lo hiciera para mí…
Y también lo veo ponerse cada tarde, 
dejar paso a la luna 
incluso cuando no la vemos.
Y mostrarme en mi
(diría “luminosa oscuridad” si no fuera tan burdo)
noche desvelada 
el intrincado camino a las estrellas. 

Subjuntivo

¿Y si fueran violetas y no margaritas 
las flores que prefieres?
¿Y si no fuera una estrella 
el cuerpo luminoso que vino
a remover tu sueño
y quizás a rellenar 
el hueco de lo que no fue 
pero siempre estuvo? 
¿Y si tú y yo fuésemos  
alguna vez nosotros?…

Lo bueno del subjuntivo
es que sirve tanto 
para una hipótesis irreal
como para un deseo.

Multitudes

Hay demasiados semblantes diferentes.
Y muchas caras en el mismo rostro. 
Y mentes, cuerpos, almas.
Y más de un alma en cada cuerpo.
Y algún cuerpo sin alma ni razón.
Y mentes vacías, almas muertas.

Y sin embargo un día, alguien 
-quizá sólo una sombra-
te mirará a los ojos y dirá:
“este es el cuerpo, ésta la mente, 
éstas la cara y el alma”.
Y la multitud se habrá difuminado.