Siempre acaba por haber
una razón, pero la luz,
cuando se enciende,
ya no brilla como debería:
no se disipa la niebla
que se instaló más adentro.
La luz se ha encendido fuera, sí:
la noticia, el hallazgo
-normalmente funestos, además-
aclaran pero no alumbran.
Permanece la sombra,
la tristeza anterior
que no borra la tristeza nueva.
El heraldo llegó tarde
y su anuncio
advertía del pasado.