La noche de Mariano (Crespo)

Hay una calma como de verso de Valery
(¿la paz del cementerio?),
una tranquilidad de jazz suave
(susurra la trompeta de Chet Baker),
como en una mañana en la que nadie muere
en el mundo. ¿Será posible acaso
una sola mañana en la que nadie
-ni siquiera una mosca
o una cucaracha; ni una flor-,
nadie absolutamente nadie
muera?

Si hay noches que no morimos
¿por qué es tan difícil
resucitar
cada mañana?

©Santiago Pérez Merlo



La velada, 26 de mayo

En una tarde clara de Madrid teñida
del azul de las Islas
Canarias y del norte
se reunieron tres o cuatro poetas
-quizá cinco-
y no sucedió nada.
Sucedió la poesía en un jardín con vistas,
unas cañas, una de calamares
y una conversación no siempre trascendente...
Como si hubieran sido tres o cuatro
-quizá cinco-
individuos normales,

los poetas.

(Un pájaro rojo, eso sí, 
cantaba en algún árbol.)

©Santiago Pérez Merlo

Nosotros

La primera persona del plural es siempre una entelequia.
Nosotros, la pareja gastada, tan sólo somos hoy
dos yoes alejados de dos yoes de ayer que intentaron unirse.
Nosotros, la familia -padre e hija-, monoparental
sólo somos dos flechas arrojadas
en sentidos opuestos al abismo del tiempo.
Nosotros, los vecinos del bloque, 
del barrio, de la ciudad, del mundo
nos igualamos sólo en cuanto especie humana,
sin compartir apenas unas cuantas cadenas de adn
por encima de las que compartimos con los cerdos.
Nosotros, los poetas, en grupo o en generación o de uno en uno
sólo somos la suma de muchísimos egos desbocados.

©Santiago Pérez Merlo

Lección de amor

Conocí a una mujer que no sabía dar besos.
O acercaba los labios blandamente,
sin llegar a separarlos ni a conjugar
propiamente el sutil verbo “besar”
o besaba a mordiscos,
con los colmillos por delante  y afilados
como los de una loba en plena cacería.

Con los poemas me sucede lo mismo.
O me dejan a medias, esperando,
o me hacen sangre.

©Santiago Pérez Merlo



Cita a ciegas

Pensé muy seriamente en no acudir
a la primera cita.
Me importaba muy poco
quedar como un cretino
pese a haber insistido
en que debíamos vernos.

A fin de cuentas,
yo no tenía nada que ganar:
eras tú quien esperaba conocer
a ese hombre que yo me había inventado.

Pero acudí. Y tú también
viniste aunque tampoco eras
la que yo esperaba.

Acudimos los dos por lo tanto
al encuentro de un desconocido
que se había inventado a otro desconocido:
dos fantasmas creados
para gustar a dos seres reales
que no se conocían.

Tu y yo podemos pasear tangibles
cogidos de la mano
con cierta indiferencia; mirando
de soslayo nuestros cuerpos extraños.

No importa.
Mientras ellos se amen.

©Santiago Pérez Merlo
Los amantes 2, René Magritte

En la librería

De diez a quince minutos
(de reloj)
para leer un libro (entero)
de poesía.
Cerrarlo y comprobar
que no ha quedado
nada:
ni un estremecimiento,
ni una idea
o siquiera una emoción,
ni un triste relámpago
que te haya iluminado
(mucho menos un trueno
que te haya sacudido)…


Nada.

Una bonita
portada de colores
con buenas cifras de ventas
y no sé cuántos premios.

©Santiago Pérez Merlo

Retórica

No siempre se tiene a mano
la metáfora perfecta,
el símil adecuado,
la similicadencia
que nos sirva de mantra.

Ni si quiera el adjetivo
preciso,
ni el verbo inequívoco
de un buen enunciado;
el nombre
que nos sustantiva.

A menudo tenemos
solamente

la vida.

©Santiago Pérez Merlo

Memoria, hoy

Pensé que había aprendido a gobernar
la memoria futura…


Pero es del todo inútil avanzar
cuánto de todo ello
recordaré mañana.
Imposible domar la memoria ulterior
con los ojos de hoy
igual que no se puede
por propia voluntad,
si ya no existen,
recordar los momentos
que sé que están ahí, en algún sitio,
pero que no aparecen en las viejas fotos,
ni en las esquinas dobladas de los libros.

Me convierto -lo noto-
en avaro e inútil guardián
de recuerdos futuros 
que hoy ya he olvidado.

©Santiago Pérez Merlo

(Los dos primeros versos provienen del poema "Memoria", con el que éste guarda estrecha relación)

In & Out

Has visto
esa luz encenderse
en la última ventana de la casa
y esa silueta en sombra recortada
que parece mirar hacia ti,
que miras hacia arriba y que te miras:
tú eres esa sombra recortada
en la última ventana de la casa
con la luz encendida
mirando ahí abajo
la luz del cigarrillo que sostienes.

Así es como te mira
el poema a los ojos.

©Santiago Pérez Merlo

"Negative capability", según Keats.

No tiene la mayor importancia
saber por qué una noche,
entre noches de insomnio,
el cuerpo y la mente se conjuran
y firman una tregua de sueño de ocho horas.
O por qué una mañana
amanece radiante después
de una noche de pesadillas.

Qué me importa saber por qué mi perro,
incapacitado para la nostalgia,
para echarme de menos,
sí posee sin embargo la capacidad
de recordarme cuando vuelvo a casa.

Para qué necesito saber
qué leyes de la astrofísica dictan
el giro del planeta
mientras vea la luna;
qué se me da saber
por qué amanece justo
por la ventana de mi dormitorio.

Y para qué demonios querría yo saber
lo que piensas a cada momento.
Para qué necesito entender tus miradas hostiles
o por qué las suceden de pronto
carcajadas y abrazos.

¿Quién quiere adivinar el truco de los magos,
el color del siguiente cohete,
el olor de la rosa anterior a la rosa
o la forma de la próxima nube?
¿Quién prefiere
comprender la existencia
a disfrutarla?


©Santiago Pérez Merlo

No me esperes

No me esperes despierta.
Esta noche tampoco vendré para buscarte
los pliegues del deseo
ni a susurrarte voces cargadas de lascivia.
No vendré tan siquiera
a besarte suave la frente
y a arroparte la cálida rutina,
ni a arrullarte el cariño sereno
del paso de los años y desearte
buenas noches.

No me esperes dormida.
Tampoco esta noche me colaré en tus sueños:
ni en los más lujuriosos
ni en los más sosegados.

No me busques al fondo de tus pesadillas.
No esperes el consuelo
de mi cuerpo caliente
contra tu sudor frío
al despertar.

Igual que esta mañana fui recuerdo
del sueño de otros días,
mañana seré ausencia,

sólo amnesia de mí.

©Santiago Pérez Merlo

Bajo la almohada

Un pétalo blanco cae
de la rosa irremediablemente bella
de tu tiempo blanco.
Otra perla que se pierde en la orilla
donde llegan bogando tus años infantiles
y van muriendo,
dejando tras de sí
memoria de tu risa y prometiendo
una sonrisa nueva, limpia,
blanca de azahares todavía
y reflejo de lunas que vendrán
a alumbrar el camino
que anteanoche era arrullo.

Otro regalo más 

que te debe el ratoncito Pérez.

©Santiago Pérez Merlo

Clásicos

Si leo y siento y sufro y me enamoro
con poetas, con hombres y mujeres
que escribieron cincuenta, cien,
hace doscientos años y percibo
que su tiempo es el mío, que ha pasado
un segundo entre que ellos soñaron su poema
y yo lo tengo ahora ante mis ojos.


Si han pasado, decía, cien o doscientos años,
¿he envejecido yo dos siglos en ese instante?
¿O me he vuelto tan joven, tan niño,
tan memoria anterior a la propia
memoria de mí que antes de leer
no había nacido?

©Santiago Pérez Merlo

La maleta

Abres la puerta y ves,
en primer plano,
una maleta.
Se va.
Me pide que me vaya.
Nos vamos de viaje,
es un regalo…

El primer pensamiento
que acuda a tu cabeza
dice mucho de ti,
de vosotros,
de la vida
y sus asombros.

©Santiago Pérez Merlo

Dedaliana

Te veo alejarte despacio,
aunque sigas aquí.
Caminas con paso decidido
y no te importa comprobar
que te diriges hacia el laberinto.
Yo te tiendo mi hilo de Ariadna,
pero no lo quieres...
¿quién quiere perderse
sabiendo volver?

 ©Santiago Pérez Merlo



Navegando (o Poesía, hoy)

Si me quedo en la orilla, no muy lejos
de la playa abarrotada,
todos contemplarán
la belleza simple de mi casco.
Admirarán sin duda cierto gusto
en el barniz de mi madera,
cierto cuidado en la disposición
de banderas y aparejos.
Si además hago algunos malabares
(despliego y arrío
mis velas de colores:
siempre las mismas,
pero hábilmente combinadas)
el triunfo está servido.
Que es mi barco mi tesoro
y yo soy el capitán;
y vengan salvas y alardes
y farolillos al viento.
  
Si por el contrario, me alejo de la orilla
y pongo rumbo hacia lo más profundo,
hacia lo desconocido
sin saber
     qué orilla encontraré
o si ha de llevarme a pique
un símil embravecido,
una mala tempestad
en forma de simbolismo
oscuro y abisal,
es probable que me vea perdido y solo,
a la deriva.
Pero todo será azul
(y hermoso)
alrededor.

©Santiago Pérez Merlo

Ecuación

Se pudiera decir que me han amado
“x” mujeres y que yo he amado
a digamos que  “y”.
La intersección
entre ambos conjuntos
la llamaremos “z”,
donde “z” es la base para hallar
el logaritmo que nos lleve
a un número perfecto
que aún es una especie
de octavo problema del milenio.
Y que, si tiene solución,
es una soledad que tiende al infinito…

(Al menos,
con los conocimientos actuales).

©Santiago Pérez Merlo

Alicia se hizo mayor

No debiste salir.
¿Quién te ha dado permiso
para abandonar tu puesto?
A quién coño le importa tu realidad...
O la suya. O la mía.
¿Quién decide lo que es
real?
Yo te quería así: caracteres,
renglones, tinta negra
en papel.
Y nada más que eso.
¿Por qué tuviste
que abandonar
el cuento?

©Santiago Pérez Merlo

Besos

Hay trasnochados besos en la mano,
en la cara o en la frente 
que queman 
como coito inesperado.
Y hay apasionados besos en la boca
que duelen 
como palmaditas en la espalda.

©Santiago Pérez Merlo

Génesis

Igual que el verbo se hizo carne,
tú estás a un paso de ser
ojos, piel, boca, manos, risa,
a un instante de salir
de este cascarón de la virtualidad
y la distancia que insinúa
pero no enseña,
que muestra pero oculta
y promete tan sólo
las promesas que inventamos.

¿Qué habrá detrás de ti,
de la imagen que conozco
y que no es más que reflejo,
píxeles organizados
pero inertes?
¿Serás tú principio
y fin? ¿Los cielos
y la tierra y el pecado
y el Edén
y el castigo –espada llameante-
y el árbol de la vida?

Y sobre todo, ¿qué encontrarás
detrás de mí?
No albergues
grandes esperanzas.
Olvida las expectativas:
sólo un hombre,
alma viviente,
y un puñado de poemas,
carne mortal 

hecha verbo.

©Santiago Pérez Merlo

La busca

He buscado entre miles de letras 
formar una palabra 
que llevara a una idea
que me llevara a un verso 
que llevara a un poema. 

Busqué antes aún, entre cientos de poemas, 
un verso 
que llevara a una idea
que llevara a la palabra
                                     que quería decirte.

Y antes 
y después 
sólo encontré:
silencio.

©Santiago Pérez Merlo

El café

Un café. Solamente 
un café solo
se puede convertir 
en un dulcísimo comienzo
o en un recuerdo amargo.
Y no importa el azúcar
que le eches.

©Santiago Pérez Merlo