La fe

Estas tumbada boca arriba
casi desnuda.
Sólo un trozo de sábana
te cubre desde debajo del ombligo
hasta más o menos medio muslo.
Abres los brazos y me llamas.
Yo caigo de rodillas
y alzo los ojos al techo:
Bendícenos, Señor, y bendice
estos alimentos que vamos a tomar.”
Tú te partes de risa
y te arrancas la sábana de cuajo.
Y mientras trepo hacia ti,
recuerdo a San Agustín
y me pregunto
¿En qué pensaba, señora,
cuando no pensaba en ti?
¿Dónde estaba yo
cuando no estaba contigo?”.
Estoy a un beso de profanar
el paraíso
cuando tus ojos me dicen:
“Señor, no soy digna de recibirte,
pero una palabra tuya
bastará para sanarme…”
Y repito tu nombre.
Amén.

©Santiago Pérez Merlo

1 comentario:

  1. Fascinante resulta un verso tan sensual e hilarante.
    Deseo y humor se unen en conjunción.
    Me quedo con la duda, de cómo se pasó a la parte más dura.
    La imaginación siempre tendrá el poder de resolver esa cuestión.

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