No he sido yo quien ha llegado al mar.
Ha sido él, olas encabritadas,
quien arrancó la puerta de su marco,
corrió por el pasillo en furiosa marea
e inundó el dormitorio
y provocó el naufragio de la cama,
-enclenque y ruda balsa de madera-
y me arrastró a su fondo,
pulmones anegados, perdida la conciencia
pero abiertos los ojos al abismo
de peces y corales y medusas
que bailan la canción de Leonard Cohen
hasta el fin del amor
o más allá.
Es una suerte aún, a pesar de mi edad,
creer en las sirenas.
creer en las sirenas.
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