contorsionistas, acróbatas y focas
amaestradas que juegan
aburridas con un pelota
por una sardina.
Y hay un jefe de pista a quien nadie ve.
Pomposo y ridículo
en su invisibilidad,
con su chistera ajada y su casaca roja
desteñida.
Hay luces y trapecios.
Se venden palomitas y globitos.
Los artistas se aplauden los unos a los otros:
la grada está vacía.
Fuera, en su carromato,
a medio maquillar,
llora el payaso tonto.
©Santiago Pérez Merlo
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