Credo

Dicen que es un don la fe y nunca he lamentado,
como con tantos otros dones que me faltan,
no tenerlo.
Pero sí me gustaría en ocasiones
creer, no sé, en la astrología,
en los gatos y soles egipcios
o en las deidades del Olimpo
-ya saben, esos dioses y semidioses
como de culebrón mezclado
con peli de aventuras-.
Creer, por ejemplo, en la buena ventura
de la rama de romero
o en los adivinos de los posos del café.
En las amigas brujas
-con perdón de la expresión-
que te ven saludar a una mujer
y te diagnostican al instante
amor eterno.
O creer,
como los indios del cine de mi infancia,
en el dios de la lluvia, el espíritu del viento…
en el hermano lobo.

Pero no.
He crecido descreído
y salvo que en la hora de la muerte
decida yo también
agarrarme al clavo ardiendo
de una cruz de madera
(eso nunca se sabe),
me moriré sin saber
si realmente me perdí
un celestial don
al alcance tan sólo
de unos pocos elegidos
o si, como intuyo,
bastaba con creer
en el brillo divino de tus ojos.

©Santiago Pérez Merlo

3 comentarios:

  1. Precioso y como todos los tuyos con un toque cercano que me encanta. Enhorabuena Santiago. Imagino , brillarân muchos ojos leyéndote. Eso no lo dudes. Abrazo

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  2. Que bonito!!!El brillo de unos ojos puede hacernos creer en todo lo divino y lo humano. Me gusta mucho, Santiago

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  3. Vd.no cree en Dios...pero estoy segura de que Dios cree en Vd...!!

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