Sencillo

Hagámoslo sencillo por una vez,
sin complicarnos mucho.
Mírame, por ejemplo, a los ojos
con tus ojos. Con los ojos
de tu cara, no de tu alma, ni con
tu boca sedienta, ni con el amor
que dices que me tienes.
Tócame, tócame con las manos,
con el resto del cuerpo si es lo que deseas,
pero que sea sólo tacto de verdad sin sueño,
sin imaginación.
Huéleme, acerca tu nariz sin más y aspira
mis olores reales;
no esencias que intuyes ni aromas que te inventas;
huele sólo mi piel. Sin más complicaciones.
Pruébame, por supuesto.
Saborea cada poro si es tu gusto lo que empeñas.
Y, sobre todo, háblame.
Y deja que te hable.
Háblame no para que tu voz
acaricie mis oídos
ni para que los tuyos saboreen
la supuesta dulzura de mi aliento.
Háblame para que yo te escuche.
Me pasaría la vida escuchando tu voz.
Háblame, háblame de ti 

y de mí: dime.

©Santiago Pérez Merlo

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