Mimo

La estatua viviente (más o menos)
del jardín en otoño se refugia
debajo de los sauces cuando llueve
para que no se pierda con el agua
su sonrisa pintada de rojo
sobre la cara blanca.

La estatua viviente (más o menos)
no quería ser mimo. Ella querría
haber sido payaso, clown, bufón
de alguna corte de los niños sin reino.  
Ella quiso hacer reír, dar saltitos
y cantar a voz en cuello canciones infantiles.

La estatua viviente (más o menos)
quería gritar y contarle a la gente
historias felices por unas monedas.
Pero no conocía historias felices
y nadie pagaba por sus cuentos tristes.
Así que calló. Y se quedo quieta.

La estatua viviente (más o menos)
recoge su sombrero cargado de lluvia
y algunas monedas y se marcha lenta,
casi no camina, callada y despacio,
y llega a su casa, se tumba en la cama,
se duerme muy tarde, muy quieta y muy callada.

Cada vez más gente se asusta de los mimos.

©Santiago Pérez Merlo


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