El autocar

Empieza su viaje y es todo sordidez: la estación,
por moderna que sea,
el equipaje amontonado en las tripas...
Ni el romanticismo de los trenes
ni el glamour del aeropuerto
o del barco que abandona el puerto
con el rugido ronco de la bocina.
Lo ves partir, abandonar la plataforma que huele
a gasoil, a aceite de motor y a rueda
y no eres capaz de imaginar
un destino feliz.
Y sin embargo, viajas a tu infancia,
a aquellos nombres míticos
-la viajera, la pava, La Sepulvedana-
que suenan a verano de pueblo,
y huelen a mostillo y a nuégados
y a rosquillas y a flan chino el mandarín.
Recuerdas un viaje interminable
y el olor inconfundible del asiento y las piernas dormidas.
Incluso algún cigarrillo en las últimas filas
cuando aún se fumaba en todas partes
(no me miren así, que no hace tanto).
Y la parada inexcusable en La Purísima,
en la mitad exacta de un camino
que ahora se recorre en hora y media apenas
y entonces parecía un viaje tan largo

como este túnel del tiempo.

©Santiago Pérez Merlo

2 comentarios:

  1. Mucha melancolía encierra este poema...pero llega tanto y tan adentro!!! Muy bonito.

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  2. Cuantos recuerdos me ha evocado este poema!!! Precioso Santiago. Aplausos, aplausos..

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