Hay una niña. Y un pequeño lago,
quizá sólo una acequia.
Y un puñado de flores
silvestres y pequeñas...
No, no es una niña, es
una mujer menuda...
no se si la conozco.
No creo que sea ciega
con ese mismo gesto,
con mirada extrañada
y como ausente.
Y yo también la miro.
No quiero hacerle daño.
Temo acercarme,
tocarla,
que mi deformidad
la asuste.
Al tiempo que la miro,
es a mí a quien veo.
No llego a ser un monstruo
aunque noto mi cuerpo
conformado por trozos
de otros hombres
que otra vez he sido:
un cerebro sin duda maltrecho;
un corazón
que a duras penas late;
manos que apenas recuerdan
el tacto de otras manos
-son manos que podrían hacer daño,
aunque nunca lo han hecho:
ellas no-;
un rostro recompuesto
del paso de los años…
Soy consciente a la vez
de que son míos
todos esos pedazos,
de que no he renacido
después de estar ya muerto.
O quizá sí.
Quizás,
en cierto modo.
©Santiago Pérez Merlo
Emocionante!!!este poema me ha hecho llorar. Cuanta profundidad y cuanto sentimiento....
ResponderEliminarEl poeta renace en cada poéma que escribe..y no,sus manos no pueden hacer daño,pueden hacer soñar..Gracias por este poema maravilloso.
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