El río se ha llevado las ramitas
que lanzamos para verlas navegar.
En su corriente desbordada arrastra
las flores y las pequeñas piedras
que fuimos dejando para no perdernos…
aunque siempre supimos -al menos, yo lo supe-
que volver no era una opción.
Atrás, en la orilla, han quedado, apagadas,
las farolas; las jaulas y los balcones
que siguen abiertos: unas pocas aves
decidieron no volar. Otras lo han hecho,
a pesar del temor al ruido del torrente:
son las que saben que la vida avanza,
incluso hacia ese mar desconocido
que muestra con furia el viaje de vuelta…
imponente pero inútil, el esfuerzo.
que lanzamos para verlas navegar.
En su corriente desbordada arrastra
las flores y las pequeñas piedras
que fuimos dejando para no perdernos…
aunque siempre supimos -al menos, yo lo supe-
que volver no era una opción.
Atrás, en la orilla, han quedado, apagadas,
las farolas; las jaulas y los balcones
que siguen abiertos: unas pocas aves
decidieron no volar. Otras lo han hecho,
a pesar del temor al ruido del torrente:
son las que saben que la vida avanza,
incluso hacia ese mar desconocido
que muestra con furia el viaje de vuelta…
imponente pero inútil, el esfuerzo.
Una última rama, de repente,
se ha aferrado a una roca solitaria.
Ambos son los primeros en desaparecer,
sumergidos: vivos o muertos ya
para nunca y para siempre, vigilados
por la falsa sonrisa de la luz del horizonte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario