Anoche

Mantener la duermevela vigilando
si ella duerme.
Caer rendido a la hora indefinida
del agotamiento y despertar
poco después
con el arrullo de su sueño
tranquilo
y tratar de adivinar con quién habla
dormida.
Despertarte sigiloso y abrazar
no ese cuerpo perfecto y desnudo,
sino abrazar el aire
todo,
el que exhala al respirar y el que la roza
                                                           apenas.
Aspirar no el aroma de su cuello
si no el oxígeno completo de la estancia
para que entero fluya
en tu torrente sanguíneo
y te llene y te complete y te devuelva
a la vida
tras la muerte a pedazos que disfrutaste
anoche.

©Santiago Pérez Merlo

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