Votos

Llevo setenta y dos horas
sin casi despegar 
los labios, ya no hablo 
sino a quien conmigo va.
Sólo he pronunciado un par de veces 
el nombre de mi perro,
que viene alegre a buscar mi caricia. 
Podría hacer un voto de silencio
-y de castidad, ahora que lo pienso-.
Lástima que la obediencia 
nunca haya sido mi fuerte, si no,
podría incluso alcanzar la salvación. 
Aunque, pensándolo bien, 
¿de qué o de quién querría salvarme?


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